Pensamos que los personajes están al servicio de una historia, que son ellos los que tienen que encajar en los huecos para que todo tenga sentido. Procuramos colocarlos con cuidado, procurando que guarden coherencia y no destaquen en el conjunto del collage. Pero a veces no encajan y terminamos por amartillarlos hasta que quedan incrustados en la trama.
Mirémoslo de otra forma. ¿Y si la historia estuviera al servicio de los personajes? ¿Y si ellos pudieran vivir su propia historia? En lugar de tener que limarlos y perfilarlos hasta encajar, podríamos construir una historia a su alrededor, más moldeable, más uniforme. ¿Difícil?
Para nada. Debemos tener en cuenta que una historia surge a raíz de un protagonista que quiere (o debe) alcanzar un objetivo. Para ello puede valerse de la ayuda de otros personajes. También habrá uno o más antagonistas que se interpondrán en su camino o serán quienes le proporcionen la motivaci. Todo gira en torno a personajes. Son el motor de la historia.
En realidad, una historia no es más que un relato de unos acontecimientos que recaen sobre los protagonistas. Por lo general, estos sucesos hacen cambiar de una u otra forma al personaje. Si todo sigue igual al final del camino, hemos andado un largo trecho para quedarnos en el mismo punto. Poco interesante. Nadie va a pagar por leer eso. Es lo que se conoce como el arco del personaje. Puede conducirle a la felicidad o a la miseria más absoluta, pero tiene que conducirle a alguna parte. Las personas no somos iguales siempre. Cambiamos con el tiempo, así que el arco del personaje es una forma de dotarles de realismo.
Realismo que es muy necesario para conseguir personajes que no se queden en meros clichés o anécdotas. Podemos partir de un arquetipo, pero si queremos que los personajes empaticen y absorban al lector, habrá que darles personalidad. La motivación, como hemos visto, es fundamental. Pero, ¿Y el por qué de esa motivación? ¿Por qué es de una forma al principio de la historia y de otra al final? También es necesario trabajar el carácter. Todos tenemos nuestros conflictos y contradicciones. No se trata de hacer personajes planos ni tampoco absolutamente impredecibles. Los mejores personajes son los que ante dos situaciones parecidas, no idénticas, reaccionan de forma diferente. Esa sutil diferencia marca mucho la personalidad y le dará qué pensar al lector.
Los detalles importan. Quizás a nuestro personaje no le gusten los melocotones porque solía comerlos con su madre, asesinada hace no sé cuántos años. Puede ser un detalle a tener en cuenta para reforzar esa personalidad, esa motivación que hay detrás.
Sin embargo, no abuses de detalles innecesarios. Elígelos bien. Con dos o tres detalles bien escogidos se puede transmitir mejor la personalidad, igual que hablábamos con las descripciones. Podemos conocer a los personajes a través de su aspecto, de sus acciones, de sus modales, de sus gestos... Evita contar al personaje; muéstralo. Muestra cómo se siente en vez de soltar varios párrafos de reflexión interna que nos lo dejen claro hasta la saciedad. Deja algunas cosas solo esbozadas para que el lector comprenda; empatice. No es tonto, se dará cuenta si lo hacemos bien.
Ahora bien, ¿es necesario dar la misma profundidad a todos los personajes? No, en absoluto. LA profundidad del personaje debe ser directamente proporcional a la importancia que va a tener en el transcurso de la historia. Dar demasiados datos de un simple figurante que no va a volver a aparecer solo confundirá al lector.
¿Mi recomendación? Evitad las fichas extensas de personajes. Sí, hablo de esas hojas infumables de Word en las que se detallan de forma sistemática todas las características del personaje. Físico, gustos, cosas que aborrece, cómo es, cómo piensa, cómo actúa... En lugar de eso, pensad unos pocos adjetivos para describirlo. Pensad en la relación con los protagonistas. Pensad por qué esas cosas son así y cuál es su objetivo en todo esto. Y luego, dejad que el personaje viva, que tenga sus propios gustos y sus propias frases. No le atéis al palo de la ficha como a un perro. Si necesitáis un documento para saber cómo es vuestro personaje, es que en el fondo no lo tenéis claro ni vosotros.
Mirémoslo de otra forma. ¿Y si la historia estuviera al servicio de los personajes? ¿Y si ellos pudieran vivir su propia historia? En lugar de tener que limarlos y perfilarlos hasta encajar, podríamos construir una historia a su alrededor, más moldeable, más uniforme. ¿Difícil?
Para nada. Debemos tener en cuenta que una historia surge a raíz de un protagonista que quiere (o debe) alcanzar un objetivo. Para ello puede valerse de la ayuda de otros personajes. También habrá uno o más antagonistas que se interpondrán en su camino o serán quienes le proporcionen la motivaci. Todo gira en torno a personajes. Son el motor de la historia.
En realidad, una historia no es más que un relato de unos acontecimientos que recaen sobre los protagonistas. Por lo general, estos sucesos hacen cambiar de una u otra forma al personaje. Si todo sigue igual al final del camino, hemos andado un largo trecho para quedarnos en el mismo punto. Poco interesante. Nadie va a pagar por leer eso. Es lo que se conoce como el arco del personaje. Puede conducirle a la felicidad o a la miseria más absoluta, pero tiene que conducirle a alguna parte. Las personas no somos iguales siempre. Cambiamos con el tiempo, así que el arco del personaje es una forma de dotarles de realismo.
Realismo que es muy necesario para conseguir personajes que no se queden en meros clichés o anécdotas. Podemos partir de un arquetipo, pero si queremos que los personajes empaticen y absorban al lector, habrá que darles personalidad. La motivación, como hemos visto, es fundamental. Pero, ¿Y el por qué de esa motivación? ¿Por qué es de una forma al principio de la historia y de otra al final? También es necesario trabajar el carácter. Todos tenemos nuestros conflictos y contradicciones. No se trata de hacer personajes planos ni tampoco absolutamente impredecibles. Los mejores personajes son los que ante dos situaciones parecidas, no idénticas, reaccionan de forma diferente. Esa sutil diferencia marca mucho la personalidad y le dará qué pensar al lector.
Los detalles importan. Quizás a nuestro personaje no le gusten los melocotones porque solía comerlos con su madre, asesinada hace no sé cuántos años. Puede ser un detalle a tener en cuenta para reforzar esa personalidad, esa motivación que hay detrás.
Sin embargo, no abuses de detalles innecesarios. Elígelos bien. Con dos o tres detalles bien escogidos se puede transmitir mejor la personalidad, igual que hablábamos con las descripciones. Podemos conocer a los personajes a través de su aspecto, de sus acciones, de sus modales, de sus gestos... Evita contar al personaje; muéstralo. Muestra cómo se siente en vez de soltar varios párrafos de reflexión interna que nos lo dejen claro hasta la saciedad. Deja algunas cosas solo esbozadas para que el lector comprenda; empatice. No es tonto, se dará cuenta si lo hacemos bien.
Ahora bien, ¿es necesario dar la misma profundidad a todos los personajes? No, en absoluto. LA profundidad del personaje debe ser directamente proporcional a la importancia que va a tener en el transcurso de la historia. Dar demasiados datos de un simple figurante que no va a volver a aparecer solo confundirá al lector.
¿Mi recomendación? Evitad las fichas extensas de personajes. Sí, hablo de esas hojas infumables de Word en las que se detallan de forma sistemática todas las características del personaje. Físico, gustos, cosas que aborrece, cómo es, cómo piensa, cómo actúa... En lugar de eso, pensad unos pocos adjetivos para describirlo. Pensad en la relación con los protagonistas. Pensad por qué esas cosas son así y cuál es su objetivo en todo esto. Y luego, dejad que el personaje viva, que tenga sus propios gustos y sus propias frases. No le atéis al palo de la ficha como a un perro. Si necesitáis un documento para saber cómo es vuestro personaje, es que en el fondo no lo tenéis claro ni vosotros.
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