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El Real Madrid hace arder el cosmos

Era la década de los 80. La era de la quinta del buitre. Noche a noche, remontada a remontada, se construían los cimientos de aquello que Valdano llama el miedo escénico. Esas epopeyas que se transmiten todavía hoy de padres a hijos entre el madridismo. Los gritos de la afición se convertían en energía para los jugadores. Energía para un terremoto que demolía las torres más altas del continente. Por desgracia, aunque el Real Madrid se postulaba como candidato a ganar la Copa de Europa, el sueño no llegó a materializarse.

Pero los ecos quedaron resonando en los vomitorios, en las gradas, en el túnel de vestuarios... Fantasmas que reposan en paz hasta que sienten la llamada. Espíritus que se levantan como el jugador número doce cuando la situación lo amerita. Almas imperecederas que se honran cada partido en el minuto siete y que, como los Muertos de el Sagrario en El Señor de los Anillos, esperan el momento de saldar la deuda que contrajeron en su momento. Cumplir el juramento que no pudo ser.

También eran los años 80 cuando en Japón empezó a serializarse un manga llamado Saint Seiya, más conocido en nuestras tierras como Los Caballeros del Zodiaco. La premisa era simple: valerosos guerreros que estaban dispuestos a darlo todo para defender a la diosa Atenea de los numerosos enemigos que tenía. Daba igual si el resultado era perder la vista o la misma muerte. Los caballeros hacían arder su cosmos y se lanzaban muchas veces en actos kamikaze con el único objetivo de ganar.

Como en la mítica serie, el Real Madrid parece ligado a esta idiosincrasia. Da igual cuan poderoso sea el enemigo. No importa cuántos golpes hayan recibido, en cuántos pedazos haya quedado destrozada su armadura blanca. La fe en la victoria es inquebrantable. La determinación, férrea. Una y otra vez, el equipo se pone en pie, alentado por esa magia, esa energía del Bernabéu. Un sentimiento que raya la religión, que les hace ir más allá de sus límites hasta que hacen estallar su cosmos y alcanzan el séptimo sentido. No por nada, el siete es un número tan especial para los merengues.

Es entonces cuando todo da un vuelco. Cuando a los rivales se les achica el corazón al escuchar el rugido de la bestia. Cuando se ven obligados a recibir un golpe tras otro sin cuartel. Golpes cada vez más rápidos, más fuertes y más certeros. Golpes que acercan cada vez más al éxtasis, al caos, a la explosión final que nos lleva a la locura del abismo blanco.

La gente no lo entiende. Como en las historias de Lovecraft, la mente humana no alcanza a comprender la dimensión de estos hechos. Simplemente, no se pueden explicar. No es inteligible que un madridista como yo, en el minuto 89 de la vuelta de semifinales de Champions, con un marcador de 0 - 1 en contra y 3 - 5 en el global de la eliminatoria, todavía tuviera un pensamiento nítido entre ceja y ceja: si marcamos un gol, ganamos.

Pero nosotros sí lo entendemos. Porque nosotros hemos crecido con estas leyendas. Y sabemos que no importa la adversidad. El Real Madrid y Seiya siempre ganan.

¡Hala Madrid!

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