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Historia de un sobre

¡Hola, amigos!

Hoy os traigo un pequeño relato a modo de cuento en el que hago una especie de sátira de la actualidad política. Espero que lo encontréis divertido, o entretenido al menos. Es cortito, así que en unos cinco minutillos podéis dar cuenta de él. Como siempre, si os gusta, podéis compartirlo con vuestros conocidos a través de redes sociales y todo eso. ¡Ah! ¡Y no olvidéis dejar vuestros comentarios, aunque sólo sea para insultarme! Siempre anima saber que la gente valora tu trabajo, ya sea bien o mal. Pues nada más, ¡aquí os lo dejo!

Historia de un sobre



Erase una vez un sobre como cualquier otro, blanco, suave al tacto, liso e impoluto. Compartía caja con sus hermanos de fábrica, todos perfectamente apilados y envueltos en un plástico protector. No era demasiado cómodo, pero al menos no se ensuciaba ni arrugaba, aunque hubiera deseado tener algo más de espacio para él.

En aquella estancia a oscuras y en un ambiente cargado, se preguntaba cuál sería su destino en la vida. Fantaseaba pensando en que un chico le esperaría ansioso en su domicilio, mientras él transportaba ilusionado una carta perfumada de su novia; o tal vez fuera algo más importante, como llevar una notificación bancaria hasta un cliente. Lo que no quería en absoluto era ser el portador de malas noticias, de una orden de desahucio. ¡Eso sí que no! ¡Se negaba!

Por fin llegó el gran día, o eso pensaba él. Una joven de rasgos asiáticos lo sacó de la caja y de su envoltorio, y lo colocó junto al resto de sus hermanos en el mostrador cristalino, a la vista de todos los que pasaban por caja. Él no cabía en sí de entusiasmo y trataba de mostrarse en toda su plenitud, buscando atraer la atención de alguna ancianita que tuviera que escribir a sus nietos.

Sin embargo, después de horas allí, expuesto ante todos, nadie se interesaba por él. Su ánimo cayó en picado y, donde antes podía verse un sobre resplandeciente, límpido e inmaculado, ahora sólo había uno más, uno de tantos, de tono apastelado, pero del montón. Sus ilusiones y deseos se veían frustrados por la escasa necesidad que tenía la gente de hoy en día de usarlo. Ellos preferían a su primo el guay, ése que se hacía llamar e-mail, más rápido e interactivo que aquella rama de la familia. Se deprimió. Intentó llorar, pero no podía, no tenía ojos; trató de gritar para llamar la atención, pero tampoco disponía de boca; procuró dar brincos para hacerse ver, aunque también carecía de piernas.

Pasaron los días y nadie se fijaba en él, nadie. Las hojas de los árboles caían sin cesar, dejando sus copas desnudas, provocándole aún mayor melancolía. Él había sido árbol una vez, hacía mucho, mucho tiempo. Y en eso andaba pensando, cuando la mano de aquella joven asiática lo tomó y lo extrajo del mostrador de improviso, haciendo que se sobresaltara. El pobre sobre, asustado y emocionado a la par, miró a su alrededor y vio a una mujer ya madura, con el pelo teñido y bien vestida. Todo fue tan rápido que apenas se dio cuenta del intercambio que se produjo entre él y el dinero, junto a muchos otros de sus hermanos y postales navideñas. Cayó dentro de la bolsa y sonrió; estaba feliz.

No tardó mucho en recibir con ganas la postal que debería llevar hasta su destino. Henchido de orgullo, juró ante todos los libros sagrados que cumpliría con su misión o moriría en el intento. Junto a muchos otros de sus hermanos, fue echado al buzón. Allí se despidió de ellos, con ganas de llorar, pero sin poder, porque ya nunca se volverían a ver. Había estado con ellos desde el día en que salieron de la fábrica, muy unidos, aunque cada vez se habían ido separando más. Y ahora, cada uno seguiría su camino en la vida.

El viaje estuvo lleno de peripecias, vuelcos, caídas y traqueteo, pero finalmente fue depositado en su destino por un cartero diligente. Esperó allí, agazapado en el buzón, aguardando a la llegada de su destinatario, un tal Luis. Quería darle una sorpresa, robarle una sonrisa cuando viera la felicitación navideña que contenía. El momento no se hizo esperar y, ya a media tarde, una mujer abrió el contenedor para cogerlo a él y al resto de las cartas, así como alguna propaganda de tiendas de juguetes. Cuando lo abrieron y sacaron la postal, pudo ver desde la mesa una sonrisa en sus rostros, mientras aquella musiquilla llenaba la estancia.

Después de eso, pensó que lo tirarían a la basura, que sería reciclado y disfrutaría de una nueva vida, de un nuevo destino. Pero no ocurrió así. En lugar de aquello, fue guardado en un cajón, o más bien olvidado, “por si hacía falta alguna vez”. En efecto, requirieron de sus servicios en más de una ocasión, aunque no para lo que él se suponía. Fueron llenando toda su superficie de anotaciones hasta que al final parecía más una guía telefónica que un sobre. Aquel no era su cometido, no había nacido para eso; ya existían libretas y blocs de notas… ¿Por qué tenía que pasarle a él?

Pero un buen día su suerte cambió por completo. Luis abrió el cajón donde estaba y lo cogió, guardándolo luego en una cartera de buena piel. Escuchó decirle a su mujer que se iba a Génova. ¡Sí! ¡Iba a conocer mundo! ¡Saldría al extranjero y quién sabía dónde acabaría! Volvía a estar tan ilusionado como cuando aquella simpática vendedora asiática había abierto su caja por primera vez y lo había desembalado. No cabía en sí de gozo.

No obstante, el viaje le pareció muy corto. Lo que vio al salir de la cartera no le parecía un aeropuerto, ni un puerto, ni una estación de tren… Estaba en una sala un tanto extraña, un despacho, donde había muchos archivadores y hasta una caja fuerte. Hasta ella se dirigió Luis y de ella sacó un buen fajo de billetes, el mayor que había visto aquel sencillo sobre hasta entonces. Asombrado aún por la fortuna que tenía ante él, el hombre introdujo aquellos billetes en su interior, haciéndolo engordar sensiblemente. ¡Sí! ¡Lo había conseguido! ¡Era rico! ¡Había logrado triunfar en la vida!

Volvió a meterlo en la cartera y no se desplazó mucho antes de que volviera abrirla. Casi como si de una moneda se tratase, cambió de manos con rapidez. Pero no le importaba; ¡era riquísimo! ¡Estaba montado en el euro! Aquel tipo, su nuevo dueño, se lo guardó en el bolsillo y lo llevó encima durante todo el día. Desde allí, pudo ver cómo hablaba ante un montón de gente que se sentaban en una especie de grada semicircular. Aún así, el afortunado sobre no prestaba mucha atención; estaba ocupado contando el dinero que llevaba en su interior.

Pero aquella felicidad fue efímera. Nada más llegar a casa de aquel hombre, fue atracado sin escrúpulos, vaciado de su contenido y abandonado sobre la encimera de la cocina. Sus ahorros, todos sus ahorros volaban lejos de él. Quizás se había hecho demasiadas ilusiones; realmente, nunca habían sido suyos, pero le gustaba pensarlo.

En eso estaba, meditando sobre si un sobre podía ser rico, sobre si ése debería ser su cometido en la vida, cuando un puño implacable se cerró sobre él, arrugándolo y haciéndolo una bola, para luego ser arrojado al cubo de la basura. Y en aquel ambiente infecto, moribundo y desolado por la fatalidad, manchado por restos de comida, tuvo un momento para repasar lo que había dado de sí su vida. Definitivamente había sido una vida larga y trepidante para un sobre; podría morir en paz…


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