¡Hola, queridos lectores!
Hoy os traigo un nuevo fic de Canción de hielo y fuego. Tras un pequeño parón, vuelven los retos de El repertorio de Marillion, esta vez con la temática adulta. Si sois pudorosos con el tema sexual o no habéis leído los libros, os recomiendo que no lo miréis, por spoiler en el segundo caso. Pronto dejará de serlo, así que, ya os avisaré. Como siempre, ¡podéis dejar vuestros comentarios y compartirlo con quien queráis!
Las manos de mujer son siempre tibias
Los rescoldos del Norte estaban siendo sofocados con diligencia; Stannis agonizaba en su aislada isla de Rocadragón, esperando a que la flota de los Redwyne la sitiara sin hacer nada, y los Greyjoy verían cómo la mirada fiera del león se posaba sobre ellos muy pronto. Y, a pesar de todo eso, la mesa de Tywin estaba plagada de legajos como nunca. Peticiones, permisos, órdenes e informes, se amontonaban como los muertos a lo largo y ancho del reino. Con pluma, tintero e infinita paciencia, la Mano del Rey, más poderosa que nunca desde el asesinato de Joffrey, se afanaba en dar respuesta a todo lo que mereciera la pena. Uno tras otro, cedía los pergaminos sellados a su ayudante de cámara, que iba colocándolos con sumo cuidado para no confundir los destinos.
Si bien habían logrado imponerse a todos sus enemigos, la preocupación del “león dorado” recaía ahora en sus aliados. Debía admitir que la rápida y visceral acusación de Cersei hacia Tyrion, había supuesto un escenario más confortable. De lo contrario, muerto por envenenamiento, todas las sospechas se habrían centrado en Oberyn Martell, príncipe de Dorne, lo que hubiera supuesto un serio revés para consolidar la amistad con el sur. Puede que aquel engendro deforme, nacido de las elucubraciones de los demonios más perversos, fuera completamente inocente, pero su estancia en los calabozos le daba margen de maniobra; puede que su nieto no fuera digno de él y que se cometiera una injusticia con aquel despojo, mas, por encima de todo, era de la familia, su hijo; si alguien quería aprovecharse de él para cargar con las culpas, tarde o temprano lo descubriría. “Un Lannister siempre paga sus deudas.”
No obstante, nada mejor que hacer ver a tus enemigos que todo va como tenían previsto. Eso les hace bajar la guardia y cometer fallos. Tantearía con los dedos por aquí y por allá, intentando hallar la verdad, para luego cerrar el puño y aplastarlos como a moscas, tal y como ya había hecho en el pasado y los juglares se encargaban de recordar.
La vela titilaba, proyectando la sombra de su mano sobre los papeles, y apenas se escuchaban ya ruidos del exterior. Alguien llamó a la puerta. No levantó la vista de las palabras que estaba redactando, sino que fue su siervo quien recibió a los invitados. Escuchó los pasos de tres personas irrumpir en la sala, antes de que uno de ellos, miembro de su guardia, le presentara respetos.
—Le traemos a la puta, mi señor, tal como pidió.
Tywin se limitó a asentir, complacido, pero no retiró la atención de la carta. Cuando por fin terminó, la selló con el lacre escarlata y se la entregó a su fiel ayudante, que la colocó junto a las otras y se marchó a las dependencias del maestre Pycelle para enviarlas con la mayor prontitud. Se incorporó entonces y se encaminó al sillón que dominaba los aposentos de la Mano. Entrelazó los dedos de las manos y clavó los ojos esmeralda, moteados de dorado, en aquella joven de aspecto exótico y casi infantil.
Mientras sus hombres le detallaban los pormenores de la operación, él escrutaba con la mirada aquellos ojos oscuros de gacela, el pelo negro que lucía como las damas sus vestidos, aquel cuerpo esbelto y bien formado, sin excesivos alardes de voluptuosidad… Desde luego, si aquella muchacha, que no aparentaba más de veinte días del nombre, sentía miedo ante su presencia, lo disimulaba muy bien. Una media sonrisa se dibujaba en aquellos labios traviesos, mientras que aquellas perlas negras brillaban con inteligencia y perspicacia.
—Dejadnos a solas —interrumpió a uno de los guardias, alzando la mano para acompañar la orden de un gesto claro.
Confundidos por la actitud que mantenía, tardaron un poco más de lo debido en marcharse, lo suficiente para que Tywin frunciera levemente el ceño y no tuviera que repetirlo una segunda vez. Cuando la puerta se cerró tras ellos, se mantuvo en silencio, continuando el estudio de aquella pequeña meretriz. Ésta había adoptado una actitud más retraída, como protegiéndose de su mirada con los brazos, aunque le parecía que sólo se trataba de un juego de seducción.
—¿Sabéis quién soy? —inquirió.
—Nadie en Desembarco del Rey puede no saberlo, mi señor —contestó ella, con más aplomo del que habría esperado—. Sois Tywin Lannister, el león dorado, el salvador de la ciudad, Mano y abuelo de nuestro difunto rey Joffrey.
—¿Os dijo Tyrion lo que haría si os traía a la corte?
—Tyrion me advirtió de muchos peligros si se sabía de mi presencia, mi señor. No obstante, no soy una chiquilla indefensa, ¿sabéis? Tengo mis recursos… —replicó, dejando la última frase en casi un ronroneo.
—Podría haceros ejecutar con un solo gesto —advirtió, entrecerrando los ojos.
—Sí, mas no lo haréis —aseguró ella, extendiendo los brazos a cada costado, abandonando aquella pose defensiva y alzando un poco el rostro.
—¿Me desafiáis?
—No, mi señor. Nada más lejos de la realidad. —Se acercó un par de pasos, contoneando la cadera con cada uno de ellos—. Vuestro hijo me contó lo que hicisteis con la puta con la que se casó. Sólo creo que si quisierais matarme, ya lo habríais hecho, sin molestaros en traerme a esta habitación. —Dos pasos más.
No era estúpida, en absoluto. Había apreciado ese don cuando había testificado en contra de Tyrion durante el juicio, convencida por los favores que Cersei le había procurado. Había permanecido mucho tiempo con aquel engendro y, a pesar de todo, no le había temblado la voz para traicionarle, más allá de los fingidos sollozos. Se había mantenido próxima a él con el único objeto de disfrutar de una vida fácil y lujosa, y, lo que era más difícil, había convencido a ese pobre ingenuo de que lo amaba. Si había algo que podía destacar de la abominación nacida de su querida esposa, era precisamente la perspicacia. Era muy buena…
—¿No os apenó declarar en contra de quien os amaba y os cuidaba? —preguntó, inquisitivo.
—Sí, claro; como al pastor le entristece sacrificar un cordero para disfrutar luego de un festín con su carne —replicó, ampliando aquella sonrisa cautivadora. Tywin notó cómo algo se revolvía en su interior.
—Aunque sea un monstruo, es un león, no una oveja —declaró con gesto implacable.
—No era mi intención ofenderos, mi león… —se disculpó, ladeando ligeramente el rostro y fingiendo un puchero. Avanzó un poco más—. Sólo me aproveché de él mientras tenía oro y poder; luego, ya no me servía para nada… sólo para perder la cabeza, en el sentido más literal de la expresión —añadió, llevándose la mano a la mejilla.
—Es por eso que os he hecho llamar —reveló, causando la duda por un segundo en la muchacha—. ¿Podríais hacer lo mismo con otra gente, señores de alta cuna?
—Podría hacer lo mismo con cualquiera, mi león —proclamó con un tono suave y sensual, aproximándose más de lo que Tywin consideraría cómodo—. ¿A quién deseáis que seduzca?
—Aún es pronto para decirlo —respondió. Bajó la mirada hasta sus propias manos, que continuaban aferradas la una a la otra, más fuerte de lo que quería en un principio. Por encima de ellas vio aparecer las sedas vaporosas que enmarcaban el esbelto cuerpo de la mujer. Levantó la cabeza y se encontró de pleno con aquellos ojos oscuros y tentadores. Su cuerpo reaccionaba—. Pero puedo prometeros todos los lujos que deseéis si cumplís con mis expectativas.
—Me gusta cómo suena… —ronroneó, colocándose un mechón de pelo con el dorso de la mano—. Mas… ¿qué podré hacer para entretenerme hasta que me asignéis la misión…?
Con un gesto tan suave y natural que apenas fue consciente, la chica posó los dedos sobre la tela del calzón, justo donde se unían sus piernas. A juzgar por la sonrisa pícara que aleteó en sus labios, había notado claramente la roca. El rechazo le invadió con rapidez, pero había otra sensación que lo contravenía: el placer. En lugar de apartarla de un manotazo como hubiera hecho con cualquier otra meretriz, permaneció en silencio y dejó que sus dedos acariciaran la espada envainada, descubriéndole un mundo que creía olvidado desde la muerte de Joanna. “A mí no me engañarás, chica.”
—Puede que mi León de Lannister quiera comprobar en persona mis dotes… —comentó en un susurro al oído, dejando los pechos a plena vista del señor.
—Lo deseo —asintió con autoridad, sin perder la compostura.
Con un arte magistral, se despojó del vestido de seda en un tiempo instante. Gozaba de un cuerpo realmente espléndido, delgado y esbelto, con unas caderas y busto armoniosos. Ofreciéndole aquella maravillosa vista, se arrodilló ante él, introduciendo las manos bajo la tela y encontrando el acero valyrio. El tacto de sus dedos era suave y cada movimiento era un deleite extremo. Hacía mucho que no probaba aquellos manjares, y menos contemplando el rostro aparentemente inocente que no dejaba de mirarle a los ojos.
—Mi león es mayor, pero aún fiero… —ronroneó con voz traviesa, acelerando los cuidados que le procuraba.
Tywin tembló, estremeciéndose de arriba abajo, recorrido por una corriente de placer insuperable. El gesto de sorpresa de Shae fue bien disimulado, apenas una leve apertura de los párpados. No tardó mucho en torcer aquellos tentadores labios en una sonrisa encantadora.
—Veo que lleváis mucho tiempo sin leona en el lecho. —Sacó las manos, teñidas de blanco, y empezó a lamerse y chuparse los dedos como si d un plato exquisito se tratara, con movimientos dulces y felinos—. Descuidad. Me encargaré de solventar esta situación —aseveró.
No ofreció apenas resistencia cuando ella le arrancó las prendas que cubrían su virilidad. Ésta estaba manchada como las suaves y tersas manos de la meretriz, mas se encargó de limpiarla tal y como había hecho anteriormente. Sentir el roce de aquella lengua juguetona era exquisito; hasta le costaba mantener la compostura y no soltar algún pequeño gemido.
—Sube —ordenó.
Shae no dudó en obedecer. Se incorporó y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, dejando que la orgullosa espada del león hendiera su sexo. Mientras se introducía, cada vez más profunda, soltó un largo y delicioso gemido para los oídos. Se aferró al cuello de Tywin con ambos brazos, quedando sus rostros a escasa distancia.
—Enseñadme la superioridad de vuestra casa, mi León de Lannister… —pidió, clavándole las uñas en la nuca.
Después de eso, le ofreció los senos por completo, plato que no rechazó. Mientras succionaba y mordía aquellos bonitos pezones y sus respectivos pechos, ella cabalgaba a lomos de su semental, liberando blasfemias y exclamaciones cada vez más elevadas. El señor de Roca Casterly había sucumbido al desenfreno. Puede que lo negara en público y en privado, pero, en el fondo, sabía que él también había sucumbido a los encantos de aquella pequeña prostituta llamada Shae…
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