Ir al contenido principal

Ada

¡Hola, queridos lectores!

Aquí os traigo la tercera entrega de los relatos sobre Nick Halden, mi encantador y mentiroso vampiro. En esta ocasión, nos remontamos un poco más en su pasado para comprender otro tanto su presente y su forma de pensar. ¡Disfrutadlo!

Ada

«¿Qué es el amor? Desde luego, no creo que sea un sentimiento profundo del alma. Nunca he tenido la sensación de querer a una persona por encima del resto. Ni siquiera a mis padres, a los que no veo desde que discutí con ellos, poco después de que Leblanc me abrazara. El amor es un engaño; el amor es ese sentimiento que tenemos hacia las personas con las que nos sentimos a gusto y compartimos mucho tiempo, porque sí que es cierto que el roce hace el cariño. Por otro lado, el amor es una excusa barata y socorrida; la excusa para los momentos en que hacemos estupideces o cometemos actos terribles. No dejo de pensar en lo absurda que resulta la gente que dice matar por amor a su dios, a su bandera o a su pareja; incluso a ésta última. El amor es una fachada que las personas creamos, al igual que los vampiros han compuesto la Mascarada, para poder pensar que no somos tan malos, que nuestros actos responden a alguna clase de sentimiento bondadoso. Así es más fácil, por ejemplo, tener celos sin notar que estás tratando a una persona como a un objeto. Esto lo pensaba antes, pero ahora que estoy muerto, con más firmeza.»

Y sin embargo, hubo un tiempo en que no pensaba así; hubo un tiempo en que creía en el amor…

¿Sabéis esa época en que eres un adolescente y parece que todo en este mundo está a tu alcance? Así me sentía yo. Llevaba desde los quince años colándome en discotecas y locales a los que no me estaba permitido el acceso. Siempre se me dio bien falsificar el carnet, pero mejor todavía comportarme con total naturalidad y engañar a los porteros. El alcohol no era nada desconocido para mí ya, ni tampoco las drogas, aunque tenía una opinión muy reacia a consumirlas. Estaba en la cima del mundo, literalmente, y disfrutaba de las largas noches de Estocolmo al máximo.

Así fue como conocí a Ada. Un día, simplemente, la vi sentada en la barra del Hollow Realm, sola, con la vista perdida en la copa que tenía delante. No hacía falta ser un lince para percatarse de que no estaba bien. Su expresión transmitía la tristeza más absoluta. La media luna en que se curvaban sus labios no era en absoluto alegre. Las ojeras le remarcaban los ojos, irritados, e intuía que no se debía a la humareda del ambiente.

Era una chica normal, ni fea, ni guapa, aunque puede que lo segundo se debiera a esa pena que lo convertía todo en gris a su alrededor. Debía de ser unos cuantos años mayor que yo. Tenía el pelo negro con mechas blancas y matices azulados en las puntas, en media melena. Vestía con ropa simple, una cazadora con forro y unos pantalones vaqueros. No destacaba por nada, y sin embargo, capturó mi atención desde el instante en que mis ojos se posaron en ella.

Por supuesto, no me acerqué. No esperaba que nadie se acercara; y si lo hacía, no me esperaba a mí. Todo hubiera quedado en eso, un simple vistazo, de no ser porque a partir de entonces, me la encontraba casi siempre allí, en el mismo sitio, frente a una copa que nunca quedaba vacía.

Después de unas semanas, me decidí a aproximarme. Cuando le saludé, casi se sobresaltó. Al principio noté cierta ilusión en su rostro, pero se esfumó tan rápidamente como había aparecido. Me contestó, casi sin ganas, y yo me senté a su lado. Pedí algo y empecé a hablarle de cosas sin importancia, a preguntarle nimiedades. Respondía con monosílabos la mayoría de las veces, y su mirada volvía a estar fija en la copa. Así continué, golpeando aquel muro de hielo sin descanso, hasta que al final, volvió a mirarme.

—¿Por qué haces esto? —inquirió—. ¿Por qué insistes? ¿Es que no está claro que no quiero hablar con nadie?

—¿Y por qué insistes tú en venir aquí todos los días? —le repliqué, dejándola sin ideas durante un momento—. ¿Por qué vienes aquí, pides lo mismo, te sientas y no te lo bebes?

—Porque… —Se retrajo todavía más, pero no terminó la frase. Realmente, no lo sabía.

—Yo creo que lo haces porque, en el fondo, quieres hablar con alguien —repuse. Me miró con gesto desconfiado.

—¿Y en qué te basas?

—En que estás hablando conmigo. —Me encogí de hombros y sonreí, y por primera vez, vi curvarse sus labios a la inversa. Tenía una sonrisa preciosa.

A partir de aquel día, Ada siguió acudiendo fiel a su cita, pero ya nunca se quedó a solas frente a una copa. Poco a poco, la pesadumbre que rebosaba se fue disipando, ahuyentada por las charlas y las risas. Un mes después, ya quedábamos para vernos en otros lugares. Íbamos al cine, paseábamos por los parques de Estocolmo bajo el frío otoñal, cenábamos… Nuestra relación se fue estrechando y, lentamente, se fue volviendo más íntima. Primero fueron los sentimientos e inquietudes; luego, los besos y la carne.

No sabía cómo ni por qué, pero me había enamorado de ella hasta la última fibra de mi ser. Cada vez que estaba a su lado, sentía un extraño hormigueo. No era algo molesto, al contrario. Me hacía sentir bien, seguro, a gusto… No imaginaba otro sitio mejor que su cama, enredados con brazos y piernas, dándonos calor mientras la nieve cubría las calles en el exterior.

A pesar de que tenía veintiún años y yo dieciséis, todo fue bien. Habíamos conectado de una manera muy profunda, de modo que poco importaba la edad. Además, gracias a mis malas artes, podía colarme en cualquier sitio que estuviera restringido para menores. A ella le gustaba cuando desplegaba todos mis encantos y burlaba al portero de turno. Me decía que, a ese paso, iba a sentirse como si saliera con un vejestorio. Yo le contestaba que tenía suerte, pues no era fácil aunar las mejores virtudes de un hombre joven y uno maduro. Por supuesto, Ada se reía y me advertía que no me lo tuviera tan creído. Era feliz…

Un día de invierno, fuimos al centro comercial. Entramos en una tienda de ropa y ella empezó a mirar algunas prendas bastante sugerentes, incluyendo algo de lencería fina. Después de coger unas cuantas para probarse, me dijo que la esperase fuera. Cuando ella salió, llevaba una bolsa en una mano y un sombrero en la otra. Observé este último con curiosidad, sin imaginar para qué lo quería.

—¿Para qué…? —empecé, pero me vi interrumpido cuando me lo colocó sobre la cabeza.

—¿Para qué va a ser? —replicó, esbozando una media sonrisa—. Para que no tengas frío… y para que no sean tan evidentes esas ideas que se te pasan por la cabeza al ver esto —añadió en tono pícaro, enseñándome la bolsa donde llevaba toda aquella ropa.

—¿Tanto se me ha notado? —me sorprendí, algo avergonzado.

—No, pero te conozco demasiado bien —me dijo, presionándome con el índice en el pecho.

—No lo suficiente… —repuse, agarrándole la muñeca y acercándola a mí para besarla suavemente—. Todavía podemos conocernos mejor…

—Me gusta esa idea…

—Te quiero…

—Y yo a ti, Nick…

Los meses fueron pasando; la relación fue asentándose y cada vez éramos más felices. Todo iba sobre ruedas, inmejorable… hasta aquel fatídico día…

Era nuestro aniversario. Había pasado todo un año desde que nos conociéramos y, para celebrarlo, habíamos pensado ir al Hollow Realm. Sería bonito revivir los primeros instantes, recordar con alegría aquellos grises tiempos en que no estábamos juntos… Era un plan perfecto; hasta que se torció.

Cuando entré por la puerta y busqué con la mirada a Ada, la encontré en la barra, tal y como esperaba, aunque no estaba sola. Había un hombre a su lado hablando con ella, y parecía que conversaban animadamente. «Será un amigo» —pensé. Empecé a caminar hacia allí, pero, entonces, me quedé de piedra. El corazón me dio un vuelco cuando los vi besarse. No era un gesto forzado, no era que él la estuviera presionando; al contrario. Ada destilaba pasión. Bebía de ese beso como una mujer sedienta en medio del desierto.

No entendía nada. ¿Qué estaba pasando? Tenía que ser una pesadilla. Sí, eso sería. Esperé un rato a ver si despertaba; me abofeteé con fuerza, consiguiendo únicamente enrojecerme las mejillas. Sentía que me asfixiaba, de modo que salí de allí a tomar el aire. La brisa que soplaba era fría y descarnada, casi tanto como lo que había contemplado allí dentro. Me alejé un poco, buscando un rincón donde nadie me viera, y dejé salir en forma de lágrimas la sangre que debía estar manando de mi corazón roto. Me bajé el sombrero todo lo que pude, procurando que no se me vieran los ojos húmedos. «No puede ser.» Era demasiado increíble. Me negaba a aceptar lo que había visto. «Seguro que hay una explicación. Sí, ¡seguro que la hay! No saques las cosas de quicio, Nick.»

Un poco más sereno, me disponía a volver dentro y buscar las respuestas que mi cabeza no era capaz de hallar. Sin embargo, justo en ese momento, vi salir a Ada acompañada de aquel tío. Ambos sonreían. Los observé desde mi escondrijo, negando la evidencia. Ella se detuvo un momento. Echó la vista atrás, como si le quedara algo por hacer. «Sí, habíamos quedado. ¿lo recuerdas?» Pero a un apremio de su acompañante, dejó de vacilar y lo siguió, perdiéndose de vista para siempre.

«Te quiero.» Qué dos palabras más vacías. Ambos las habíamos pronunciado, pero se antojaban simples briznas de hierba arrastradas por el viento. Así que, eso era el amor. Una ficción que te hacía soñar con un mundo mejor durante un tiempo, pero que acababa desgarrándote por dentro sin piedad, como la bestia más abominable de la noche; una idea volátil y efímera, que cambiaba con tanta rapidez como las mareas; un duende tramposo que prometía las maravillas más impresionantes del universo, pero que acababa robándote hasta el último aliento de esperanza. Si eso era el amor, yo no lo quería. Regresé a casa, abatido, procurando que el sombrero escondiera la desolación y el desengaño que yo no era capaz de ocultar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hola, me llamo Javier y soy abstinente

Hola, me llamo Javier, tengo veintinueve años y soy abstinente. Desde que tengo derecho al voto, he vivido tres elecciones generales; cuatro si contamos la repetición de las últimas. En las primeras, 2008, voté a ZP. No parecía que lo hiciera mal. Luego decidí abstenerme como muchos que no veíamos una opción buena. El hartazgo cristalizó en el 15M, nuevas formaciones y soplos de aire fresco para la política. Me decanté por votar a C’s y me sentí defraudado cuando hubo que repetir. ME planteé de verdad no regresar a las urnas, pero al final decidí hacerlo. Hoy, en 2019, vuelvo a la abstención.

Escribir con Git I: Commit, log y revert

Mantener nuestros documentos controlados es fundamental a la hora de acometer cualquier trabajo. Da igual si se trata de escribir cuentos, novelas, tesis doctorales... En algún momento, nuestros documentos empezarán a bifurcarse, ya sea en diferentes versiones de borrador, ya sea en experimentos para avanzar en la historia. La forma más simple de acometer esta labor es generando diferentes versiones de nuestros documentos. Sin embargo, esto requiere de un proceso manual. Es más, es posible que no recordemos en qué versión hicimos cierto cambio si sólo las diferenciamos de forma numérica. Por ese motivo, he estado investigando cómo aplicar Git, un sistema de control de versiones muy utilizado en desarrollo software, para escribir. En este tutorial os enseñaré las facilidades que nos ofrece y os compartiré un trabajo que he realizado para facilitarnos la vida.

El Real Madrid hace arder el cosmos

Era la década de los 80. La era de la quinta del buitre. Noche a noche, remontada a remontada, se construían los cimientos de aquello que Valdano llama el miedo escénico. Esas epopeyas que se transmiten todavía hoy de padres a hijos entre el madridismo. Los gritos de la afición se convertían en energía para los jugadores. Energía para un terremoto que demolía las torres más altas del continente. Por desgracia, aunque el Real Madrid se postulaba como candidato a ganar la Copa de Europa, el sueño no llegó a materializarse. Pero los ecos quedaron resonando en los vomitorios, en las gradas, en el túnel de vestuarios... Fantasmas que reposan en paz hasta que sienten la llamada. Espíritus que se levantan como el jugador número doce cuando la situación lo amerita. Almas imperecederas que se honran cada partido en el minuto siete y que, como los Muertos de el Sagrario en El Señor de los Anillos , esperan el momento de saldar la deuda que contrajeron en su momento. Cumplir el juramento que no p