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Jugar a la ruleta es siempre más arriesgado

¡Hola, queridos lectores!

Una semana más, os traigo otro fragmento de las aventuras de Nick Halden, mi travieso vampiro. ¡Espero que lo disfrutéis!

Jugar a la ruleta es siempre más arriesgado

—Probando, probando… ¿se escucha? —dije en voz baja antes de salir del coche.

—Sí, perfectamente, Nick —me respondió Vincent a través del pinganillo—. ¿Estás en posición?

—A punto de entrar —asentí, abriendo la puerta del vehículo—. Te quedarías alucinado con la cantidad de cochazos que hay aquí, colega —comenté, echando un vistazo al parking de la mansión.

—¡No me pongas los dientes largos, joder!

—Pues seguro que los canapés no me dejan indiferente tampoco —me reí, caminando hacia la escalinata que llevaba a la puerta.

—¿A qué has ido? ¿A disfrutar de la noche o a trabajar?

—Sí, ya lo sé. No te preocupes —lo tranquilicé—. ¿Puedes ver bien? —le pregunté.

—Creo que tienes el sombrero un poco girado. La cámara está apuntando hacia la derecha.

—¿Así mejor?

—¡Perfecto! ¡Ah! ¡Ahí tienes a la seguridad! —advirtió al ver a los hombres que guardaban la entrada, solicitando la invitación a todo el mundo que llegaba.

Saqué la mía del bolsillo del abrigo y se la entregué al que parecía el responsable, más viejo y serio que los demás. El resto parecía estar allí sólo por si tenían que intervenir. Medidas de seguridad un tanto excesivas en mi opinión, pero bueno. Todo estaba en orden. Matt Larsen estaba invitado a la fiesta, de modo que no hubo problema en entrar.

—¡Joder…! ¿Sabes, Nick? ¡Me siento como en Misión Imposible! ¿Sabes a lo que me refiero? ¡A la primera! ¡A la fiesta en el consulado!

—Ya, pues procura que no acabe igual —murmuré una vez que me encontraba lo suficientemente lejos de los guardias para no llamar su atención—. Está bien, estoy dentro. ¿Dónde tengo que ir?

—No hará falta que entres en el despacho, Nick. He revisado los planos de la casa. Es moderna y ha sido reformada recientemente. El señor Carlstone no se fiaba de la seguridad del wi-fi, así que mandó instalar puntos de acceso ethernet por toda la vivienda.

—¡Oh, estupendo! ¡Nada de contraseñas!

—No, ¡nada de contraseñas! —confirmó él—. Sólo tienes que buscarme un punto de acceso y enchufar allí el cacharrito que te he dado.

—Perfecto… ¿y dónde hay uno? —Me detuve frente a la puerta del salón, que ya estaba repleto de gente.

—En el salón hay varios, pero creo que no es muy buena opción —repuso—. La cocina tampoco parece muy accesible en esta ocasión.

—¿Y dónde quieres que lo busque? ¿En el baño?

—¡Sí! ¡Justo allí hay uno! A tu izquierda, Nick. Deberías ver un pasillo. El aseo está tras la segunda puerta.

Puse los ojos en blanco y me dispuse a ir hacia allí. Me fijé en que una mujer rubia y voluptuosa, que no tenía ningún miedo de enseñar todo cuanto era, se fijaba en mí por un instante mientras hablaba con uno de los invitados, sosteniendo una copa de vino rojizo en la mano. Me dio un escalofrío. Tenía la sensación de haber sido descubierto antes de empezar. Pero eso no era posible. Aunque me viese dirigirme al baño, ella no sabía los planes que tenía en mente. Me lo recordé un par de veces mientras me acomodaba el sombrero, tratando de tranquilizarme. Debía de ser una de esas ocasiones en las que piensas que todo el mundo es consciente de lo que estás haciendo cuando obras mal.

Una vez dentro del aseo, me llamó la atención el concepto de tal que tenían los ricos. Lo único que le faltaba al amplio cuarto era el spa. Desde luego, había sido preparado a conciencia para la fiesta. Había rollos de papel higiénico de sobra y toallas de repuesto. Quién diría que detrás de tanto lujo y ostentosidad siempre cabía esperarse lo más mundano y ordinario.

—¡Abajo, junto al retrete! —me indicó Vincent.

En efecto, allí estaba la toma que andaba buscando. Saqué el pequeño artefacto del bolsillo, que ni siquiera tenía idea de lo que demonios era, y lo enchufé. La verdad es que no destacaba en absoluto. Esperaba que el señor Carlstone no se percatara en una de sus idas y venidas al baño.

—¡Genial! ¡Todo listo! ¡Déjalo en mis manos!

—Confío en ti —le dije, saliendo de allí para volver al salón.

Lo primero que comprobé al llegar fue que había bastante gente a la que ya conocía; buenos clientes. Eso iba a ser un problema. Cada uno me conocía por un nombre distinto y sería verdaderamente embarazoso si Carlstone empezaba a presentarme como Matt Larsen. Incluso si alguno de ellos me llamaba por un nombre distinto, podría verme en graves apuros. «Bien, será mejor ser discreto» —decidí.

El objetivo de todo aquello no era hacer unos amigos más. Estaba allí por los secretos industriales que la empresa de Carlstone guardaba. Era una tecnológica de vanguardia en Suecia y siempre obtenían patentes suculentas en su ámbito. No obstante, llevaba bastante tiempo sin lanzar nada rompedor al mercado. Algunos decían que se estaban quedando sin ideas, que sus mejores hombres habían sido contratados por la competencia, mientras que otros pensaban que estaban trabajando en algo verdaderamente grande.

El plan era simple: acceder a la red empresarial a través de la doméstica de Carlstone, que estaba perfectamente conectada para dirigir su negocio desde allí. Con ayuda de Vincent, sabría a ciencia cierta si estaban trabajando en algo, si eso merecería la pena y si sería conveniente comprar acciones de la empresa antes de que subieran como la espuma, para después venderlas en su punto álgido. Información privilegiada en estado puro. Invertir siempre era arriesgado, a menos que se contase con los conocimientos adecuados…

Me acerqué al anfitrión y lo saludé efusivamente, estrechándole la mano y procurando guiar la conversación para que en ningún momento saliese mi nombre.

—¡Señor Carlstone! ¡Cuánto tiempo! —LE estreché la mano con fuerza y le corté antes de que dijera nada—. ¡Una fiesta excelente, de veras! Y no he podido dejar de observar la magnificencia de su hogar. Tiene un gusto exquisito.

—¡Oh, gracias! Es todo mérito de mi mujer. Ven, te la presentaré. —Me cogió del brazo y me llevó hasta un grupo en el que había tres damas entradas en años, todas muy bien arregladas y extremadamente elegantes—. Ésta es Barbara, mi querida esposa. Éste…

—Encantado, señora —atajé, quitándome el sombrero. Había reconocido a una de las dos mujeres con las que estaba. Era una clienta bastante fiel—. A usted ya la conozco, señora Morrison. —La saludé, haciendo un gesto igualmente galán—. Y la preciosidad que las acompaña es…

—¡Preciosidad dice! —Provoqué una carcajada y el rubor en sus mejillas—. Eva Swan, apuesto adulador —dijo, coqueta.

—Adulador es poco —comentó la señora Morrison, soltando una risa queda con los labios en la copa. Luego clavó los ojos en los míos—. Es mucho más que eso.

—¡Oh, vamos! ¡Va a hacer que me sonroje! —Le lancé una caricia cómplice en el brazo—. En mi defensa, diré que es difícil no adularlas esta noche, con permiso de su marido, señora Carlstone.

—¡Su marido está orgulloso de ello! —bromeó él, riendo también—. Ven, te presentaré a algunos amigos.

—¡Oh, no se moleste, señor Carlstone! La verdad es que ya conozco a casi todos los que se encuentran aquí. —Eché un vistazo a la sala, como si quisiera identificar a algún desconocido. Luego volví la vista hacia ellos—. Será mejor que invierta su tiempo en tan grata compañía. Se lo digo yo, que sé un poco de eso.

Después de unas cuantas risas más y una despedida llena de promesas, me perdí entre la multitud, saludando a algunos de los invitados a los que ya conocía. Vincent me comentó por el pinganillo que las tres mujeres estaban para hacerles un favor y que si había tenido algo con la señora Morrison. La verdad era que, para su edad, no estaban nada mal, pero le contesté que estaba enfermo y que se dedicara a obtener la información que necesitábamos.

Lo cierto era que un acercamiento más estrecho de lo que era estrictamente necesario me había permitido ganarme la confianza de la señora Morrison más fácilmente. Además, no había tenido que hacerlo a disgusto. No llegaba a los cincuenta años y se cuidaba bastante. Por supuesto, gozaba de mucha clase y elegancia. Y en la cama… bueno, dejémoslo en que tenía bastante experiencia y ansias por probar cosas nuevas.

Después de un rato socializando, me acerqué a una de las mesas para coger una copa de vino y algunos canapés. Se me había abierto el apetito. Por supuesto, las quejas de mi socio no se hicieron esperar, pidiéndome que le llevara algo cuando termináramos.

—Sí, claro, ahora te lo meto en un tupper —le contesté con sarcasmo.

—¿Decía algo? —inquirió una voz femenina detrás de mí.

Me giré un poco sobresaltado. No había notado que nadie se hubiera acercado, aunque era normal con el ruido que había. Se trataba de la mujer que se había fijado en mí al llegar, la rubia. Gozaba de una tez pálida y excelente, casi sin imperfecciones. Tenía una mirada curiosa y absorbente, y no podía negar que era muy atractiva. En comparación con las demás asistentes, no le importaba enseñar un poco más de lo necesario.

—¡Oh, no! Sólo… hablaba solo.

—¡Ah, qué pena! ¡Pensaba que por fin alguien joven se dignaba a hablar conmigo! —Hizo un mohín algo sobreactuado—. Elsa Nobel —se presentó, acercándose un poco más de lo debido para plantarme dos besos en las mejillas.

—N… Matt, Matt Larsen —repliqué, haciendo una leve inclinación a la par que movía el sombrero.

—¡Míralo! ¡Qué clásico! —Sonrió.

—¡Cómo está la tía! —exclamó Vincent por el pinganillo. Le hubiera gritado que se callara, pero no podía en ese instante y él lo sabía, así que se aprovechó—. ¡Venga, Nick! ¡Lo estás deseando! ¡Lígatela y llévatela al huerto! Luego me la prestas, como la otra vez, ¿vale?

—Los clásicos nunca pasan de moda —acerté a decir mientras los comentarios subidos de tono de mi socio me zumbaban en el oído.

—No, nunca —convino ella—. Aunque a mí me gusta un poco más la transgresión… —Le daba vueltas a la copa en la mano con soltura—. Ya sabes, en estos sitios siempre se encuentra una gente estirada. ¡Ojalá me topase con alguien que fuese… un chico malo…! —Su mano se posó en mi pecho y empezó a alisarme la chaqueta. Yo me quedé petrificado, con la mirada anclada de alguna forma a sus ojos, sin poder despegarla—. ¿Eres un chico malo, Matt…?

—No soy… un angelito —confesé con una media sonrisa cómplice.

—Ninguno de los que está aquí lo es —coincidió ella, separándose de nuevo un poco—. Si no, Carlstone no nos habría invitado. —Se encogió de hombros—. ¿Cuál es tu pecado, Matt? Porque yo tengo muy claro el mío…

—Creo que no podría elegir uno —repuse, acariciándome el mentón. Di un sorbo a la copa de vino y miré en derredor—. Avaricia, pereza, gula… soberbia, lujuria… Es una decisión difícil.

—¡Corta el rollo, Romeo! ¡Tenemos un problema! —exclamó Vincent en mi oído. Leblanc me decía algo, pero estaba atento a las palabras del informático, que me habían acelerado el corazón—. Ese capullo de Carlstone tiene una buena seguridad montada. No sólo dispone de firewalls, sistemas de detección de intrusos y demás, ¡también tiene un puto filtro MAC! —No estaba entendiendo ni una palabra, pero estaba claro que Vincent no había conseguido acceder a los datos que queríamos—. Nick, necesito que cojas el chisme que has puesto y lo enchufes directamente al ordenador personal de Carlstone.

Genial. La cosa se estaba complicando. Acceder al ordenador era algo bastante más complicado, en especial porque no tenía ni idea de dónde se encontraba. Además, tendría que arriesgarme a hurgar por ahí, con la posibilidad siempre presente de que alguien me descubriera.

—¿Te pasa algo, Matt? —inquirió Elsa, posando su mano sobre mi cuello. Eso hizo que notara mi pulso todavía con más nitidez—. Pareces nervioso.

—Sí… es que… Creo que me ha sentado algo mal. Tengo que ir al baño —me excusé, rompiendo el contacto.

—¡Enhorabuena, Romeo! ¡Acabas de cargarte cualquier posibilidad de cepillártela esta noche! —se burló Vincent. «Imbécil…»

—¡Vaya! Si apenas has probado nada… ¿Seguro que no me ocultas nada, Matt? —Hizo un mohín—. ¿Otra persona quizás?

—No… es sólo que… Bueno, problemas de salud, ya sabes. —No le di pie a seguir hablando—. Hasta la vista, Elsa.

—Hasta la vista, Matt. Ha sido un placer —se despidió con una sonrisa intrigante, pero no tenía tiempo para preocuparme de eso.

Me alejé de allí con la voz de Vincent diciéndome al oído hacia dónde debía dirigirme. Por supuesto, el despacho de Carlstone no estaba en la planta baja, sino que debía subir las escaleras. El problema era que los guardias de la entrada me verían si lo intentaba. Estaban demasiado cerca y no pasaría desapercibido.

—No te preocupes, Nick. ¿Para qué me tienes a mí? —fanfarroneó el hacker—. Utilizaré la antena wi-fi para conectarme a alguno de esos cochazos tan modernos de fuera. Y la fiesta comienza en tres, dos, uno…

Las alarmas de varios vehículos empezaron a sonar al unísono para desconcierto de los centinelas, que abandonaron sus puestos de inmediato con el afán de cazar al intrépido que se hubiera atrevido a intentar robar alguno de ellos. No me lo pensé dos veces y aproveché la confusión para subir a hurtadillas.

—Bien, Nick. ¿Ves las cámaras? Tranquilo, porque están conectadas a la alarma, que a su vez está conectada a la red pública y, en definitiva, no es tan segura como el resto. Puedes sonreír si quieres, pero tu bonita cara no quedará inmortalizada en ningún vídeo.

—Genial, siempre me agobian mucho los paparazzi —contesté de buen humor—. ¿Es aquí?

—En efecto. La puerta tiene una cerradura electrónica. ¿Sabes lo que eso significa?

—Que te lo dejo todo a ti, ¿no?

—Veo que vas aprendiendo… Conecta el cacharro a la toma que hay junto a la puerta y deja que mi arte vuele.

Le hice caso y esperé junto a la puerta, en el pasillo enmoquetado, mientras oía sonar las alarmas. No tardaron mucho en cesar y la noche quedó más en silencio, aunque todavía subía ruido del salón. Mis pensamientos se fueron hacia la señorita Nobel, que me había llamado la atención de una manera inesperada. «¿Quién podría esperar encontrarse algo así en un sitio como éste?» No era la típica ejecutiva, eso seguro.

—¡Oh, oh…! —mascullé, oyendo pisadas que subían por los escalones de mármol—. ¡Vincent, date prisa! ¡Viene alguien!

—¡Hago lo que puedo tío! ¡Sólo unos segundos más! ¡Este cifrado es…!

—¡No me cuentes tu vida y hazlo de una puta vez! —espeté en voz baja, viendo ya la sombra de quien ascendía perfilarse contra el suelo y la pared contraria.

—¡Ajá! ¡Bingo! —exclamó él, justo antes de que la puerta hiciera un casi inaudible «clic».

La abrí girando el picaporte y vi de reojo la figura de alguien, justo antes de cerrar tras de mí. No parecía haberse dado cuenta de mi presencia, pero nunca se sabía. Por si acaso, lo había hecho con tiento y cuidado. «¡De milagro! ¡Para que luego digan que Dios no está con los ladrones!» Por poco se me olvida coger el chisme de Vincent con tanto nerviosismo.

—¿Ves el ordenador, Nick? —inquirió.

—Un segundo, que enciendo la luz. —Tanteé por la pared hasta que di con el interruptor. En efecto, estaba sobre el escritorio, bastante revuelto, por cierto—. Sí, lo tengo.

—Vale, escucha bien las instrucciones que voy a darte y procura seguir este orden: conecta el aparato a algún puerto USB; luego enciéndelo y pulsa F10 cuando salga la pantalla del fabricante.

—Espera, Vincent. No veo ningún puerto USB por aquí —le comenté, buscando por todos los rincones de la caja rectangular de plástico que había junto al monitor.

—Eso es una impresora, Nick… —dijo con exasperación—. Mira debajo de la mesa.

—¡Ah, sí! ¡Aquí está! —confirmé, un tanto avergonzado por mi error—. A ver… ¡Ya está! Ahora F10… ¡todo tuyo!

—Bien, pues relájate y disfruta.

Me senté en el cómodo butacón del que disponía el señor Carlstone y miré en derredor, buscando algo con lo que entretenerme mientras le dejaba hacer. En principio, no tardaría mucho, pero nunca se sabía.

Pensé en la persona que había subido detrás de mí y en que quizás no pudiera salir por la puerta, tal y como había entrado. Me acerqué a la ventana y la abrí. Daba a la parte trasera de la mansión, así que no había gente vigilando. No obstante, sí que se veía la luz procedente de los ventanales del salón iluminando la hierba. No creía que hubiera mucha gente pendiente, pero, aun así, era una buena caída. «Preferiría no tener que hacerlo, la verdad.»

—Hecho, Nick —advirtió el hacker—. He instalado varios malware en su equipo que no tardarán en extenderse por la red empresarial. En cualquier caso, tendremos acceso a cualquier información que se descargue en este ordenador. ¿Te interesan las fotos comprometidas de la pareja?

—No, eso te lo dejo a ti, Vincent. —Me aproximé, apagué el equipo y extraje el dispositivo—. Dime, ¿hay alguien en el pasillo de fuera?

—Déjame ver… —Guardó silencio un instante y luego soltó un improperio, rompiendo en una carcajada—. ¡Oh, Romeo! ¡Julieta ha subido a buscarte! ¡Está a punto de entrar en el despacho!

—¡Qué! ¿No has cerrado la puerta? —espeté, con el corazón latiéndome a toda velocidad.

—¿Cómo querías que lo hiciera? Necesito que conectes el aparato a la propia cerradura para manipularla.

—Está bien, da igual. —Me dirigí a la ventana y la abrí, echando un vistazo a la oscuridad de fuera. De repente, me vino una sensación de vértigo repentina—. ¡Santo Dios…! ¡Reza para que no me mate!

—¿Señor Larsen? —inquirió la voz de la mujer al otro lado de la puerta, después de tocar con los nudillos.

No me quedaba otra opción. Aunque me escondiera en alguna parte de la sala, corría el riesgo de ser descubierto. Tenía que salir de allí. No contesté y salí por la ventana, pegándome bien a la fachada y caminando de lado por la cornisa, haciendo lo posible por no mirar hacia abajo.

Escuché entonces la puerta abrirse, justo cuando yo ya había sobrepasado la zona que las cortinas no cubrían, de modo que no podía verme. Aun así, decidí apartarme un poco más hasta abandonar todo rastro del cristal, por si le diera por retirar las exquisitas telas. Me quedé allí, en silencio, con la vista clavada en el hueco por el que se escapaba la luz de la habitación. Podía escuchar el lento taconeo sordo sobre la moqueta. Parecía que estaba merodeando por allí, intentando descubrirme.

—Señor Larsen, sé que está ahí, en alguna parte. ¿No le parece mejor hablar cara a cara? Puede estar tranquilo, no quiero hacerle daño. —El silencio fue toda la respuesta que recibió. Ella soltó un bufido, hastiada—. Está bien, dejémonos de juegos. Sé que no está aquí por simple disfrute. Antes vi el auricular discreto que lleva puesto. No sé qué se trae entre manos, pero si ha venido a esta estancia, creo que tenemos un pequeño conflicto de intereses.

—¡No entiendo nada, Nick! ¿Qué está diciendo? —inquirió Vincent en mi oído.

Alcé la mano y apagué el auricular. Ya tenía suficientes problemas como para estar preocupándome por la intriga que embargaba al hacker en aquel momento. Era un tipo que acostumbraba a tenerlo todo bajo control. Cuando algo no marchaba como estaba planeado, se ponía bastante nervioso y podía imaginármelo mordiéndose las uñas hasta la raíz.

Escuché el sonido que producía el asiento de Carlstone al desplazarse sobre la moqueta de golpe, llegando incluso a caer. Elsa debía de haber pensado que estaría escondido debajo del escritorio, pero había fallado. Casi podía verla con la frustración pintada en el rostro, el ceño fruncido y los ojos en busca de mi rastro, sin éxito.

—Señor Larsen, le advierto de que estoy armada. —Hasta mí llegó el típico ruido de la corredera de una pistola siendo preparada para disparar—. Será mejor que se porte bien si no quiere salir de aquí con un agujero de más. —Volvió a caminar despacio, abriendo varios cajones, apartando las cortinas para ver si me encontraba tras ellas. Pensé que me descubriría, pero, por suerte, estaba lo bastante oscuro y mi traje no destacaba demasiado contra la fachada—. Podemos ser amigos, pero eso depende de usted. Dígame, ¿qué es lo que quiere de Carlstone? No me he convertido en su amante durante meses para que ahora venga usted a arrebatarme mi premio…

Por supuesto, no tenía pensado decir nada al respecto. El silencio era mi mejor aliado; aliado que se vio bruscamente quebrantado cuando perdí el apoyo en el pie derecho al resbalarme y me precipité sin poder hacer nada hasta el suelo. Pensaba que me mataría. Ya era una caída preocupante teniendo la situación controlada, haciéndolo con cuidado y voluntariamente. Por suerte, los arbustos que rodeaban la casa, pegados a la pared, y que no había visto en la oscuridad, amortiguaron el impacto lo suficiente para llevarme sólo un golpe bastante doloroso. Eso sí, me llevé bastantes raspones y arañazos y el sombrero… no sabía dónde había quedado. Seguro que Vincent lo había flipado.

Como no podía ser de otra forma, no pude mantener la boca cerrada y, unido al ruido que seguro que había provocado mi descenso, que yo no recordaba muy bien, atraje la atención de la señorita Nobel. La vi asomada por la ventana, justo sobre mí, buscándome en mitad de la noche con un destello asesino brillando en los ojos. Esperaba que las plantas entre las que me encontraba fueran suficiente para ocultarme. De hecho, yo mismo no me había percatado de ellas en un principio.

Sacó el arma, cuyo perfil pude ver recortado contra la luz que salía de la habitación, y disparó, haciendo menos ruido del que yo esperaba. Debía de tener un silenciador. No obstante, los tiros eran intentos a ciegas, dirigidos muy lejos de donde yo estaba. Suponía que trataba de hacerme salir asustado, que me rindiera. Me mantuve allí, callado, hasta que se le acabó el cargador y gruñó, evidentemente molesta.

—¡Esto no quedará así, señor Larsen! —espetó a la noche, cerrando la ventana de mal humor para volver al interior.

Me quedé allí unos segundos y vi cómo la luz del cuarto se apagaba. Podía ser una trampa, pero si volvía a salir, escucharía la ventana abriéndose, o eso esperaba. Reactivé el auricular y enseguida llegaron a mí los gritos nerviosos de Vincent, que estaba bastante preocupado por la suerte que había corrido.

—¡Nick! ¡Nick! ¿Estás ahí? ¡Muévete, tío! ¡No puede ser! ¡No puedes estar muerto! ¡Dime algo! ¡No puedo llamar a una ambulancia sin delatarte!

—Estoy aquí, tío —contesté, intentando incorporarme. El brazo izquierdo me dolía bastante y apenas era capaz de moverlo—. Creo que me he roto un brazo, pero nada más.

—¡Menos mal! ¡Gracias a Dios! —exclamó, cambiando completamente el tono—. ¿y esa tía? ¿Qué era lo que quería?

—Dejarme como un colador, supongo —repuse mientras buscaba con la mirada el sombrero, que se había quedado enganchado en la rama de uno de los arbustos—. La competencia es dura en este sector.

—¡Joder! ¡Y qué vas a hacer? Seguro que estará esperando en la puerta a que cojas el coche. ¡No puedes dejar que te siga! ¡He visto un montón de películas y sé cómo acaban estas cosas! —De nuevo, estaba nervioso.

—Tranquilo, ¿vale? Voy a intentar salir por la parte de atrás de la finca y luego… llamaré a un taxi. Total, el coche es de alquiler. Le será complicado rastrearlo hasta mí, aunque sea el único que quede en el parking. Ya vendré a recogerlo en otro momento.

—¡Genial, tío! ¡Mucha suerte entonces! Yo ya corto la transmisión. Me quedo más tranquilo.

—Pasa buena noche, Vincent. Y disculpa por no llevarte ningún aperitivo —me despedí, quitándome el auricular de la oreja para apagarlo.

Como pude, fui hasta la parte trasera del jardín y me topé con una valla que era más o menos un par de cabezas más altas que yo. Intenté salvarla un par de veces, pero con un brazo inutilizado era bastante complicado. No hacía otra cosa que resbalarme y caer de vuelta al suelo, aunque de forma más suave que como lo había hecho desde el despacho de Carlstone.

Ya iba a desistir, cuando se me ocurrió utilizar un árbol que había pegado a la cerca como ayuda. Mientras que con la mano derecha me aferraba a uno de los barrotes, apoyaba los pies en el tronco, manteniéndome casi en horizontal, como si caminara por él, hasta alcanzar la cima de la valla. Haciendo acopio de fuerzas, me impulsé, creyendo que iba a sobrepasar el obstáculo, pero me clavé el extremo puntiagudo de los barrotes en el torso, evitando por muy poco que se me hincaran en los genitales. Solté un quejido y traté de moverme un poco, volcándome para salir por fin de allí. Había resultado peor parado de lo que esperaba aquella noche.

Recuperé el aliento y me alejé un poco de allí, caminando sin mucha prisa. El dolor era cada vez mayor, aunque el frío estaba empezando a entumecerme el brazo. Llamé a un taxi y esperé a que llegara, sentado en una marquesina de autobús. Entre tanto, pensé que era hora de llamar a mi otra socia para informarle de cómo había ido todo.

—¡Nick! ¡Qué sorpresa! —exclamó nada más cogerlo.

—¿Te pillo ocupada? —pregunté, escuchando unos jadeos y algún gemido de fondo.

—Ligeramente, pero no te preocupes por eso —replicó, como si no hubiera problema en atender ambos asuntos a la vez—. ¿Cómo ha ido todo?

—La cosa se ha complicado un poco. Creo que voy a ir al hospital ahora mismo —repuse, mirándome el otro brazo con preocupación.

—¿Y eso? ¿Has tenido que utilizar tus mejores armas y te han dislocado la cadera? ¿O has sonreído tanto que se te han rajado las mejillas? —aventuró con un tono divertido.

—Nada de eso, ya te lo explicaré. De todos modos, la cosa ha ido bien. Pronto tendremos acceso a la red empresarial de Carlstone y a todos sus archivos.

—¡Oh! ¡Fantástico! —Se oyó un gran gemido al otro lado de la línea. Creí intuir un bufido por parte de Leblanc, aunque no sabía cómo interpretarlo—. Bueno, otra cosa que ya está resuelta. —No sabía si se refería a nuestro negocio o a lo que estuviera haciendo—. Oye, ¿por qué no te pasas esta semana por aquí? Te mereces un descanso después de esto, ¿no crees? ¿Qué te parece una buena cena? Con un buen vino francés, por supuesto —sugirió, haciendo que se me dibujara una sonrisa en los labios. Me encantaba—. Luego podemos ver una película o algo. ¿Te gusta El señor de los anillos?

—No me disgusta —respondí—, aunque como quieras ver la trilogía, nos hará falta más de una noche.

—¡Ah! ¡No es problema! ¡Tendrás más de una cena entonces! —resolvió alegremente—. Llámame para decirme cuándo tienes un hueco. Intentaré hacer uno en mi apretada agenda —dijo, justo antes de que volvieran a escucharse nuevos gemidos, aunque esta vez me sonaban más graves.

—Está bien, disfruta de la noche —le deseé.

—Tú también, Nick. Las enfermeras siempre son un plato de buen gusto.

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