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Alice hierve en mis venas

¡Hola, queridos lectores!

Hoy continuamos con el presente de Nick, en una escena que tal vez sea un poco difícil de encajar en solitario, sin conocer otros muchos detalles, pero que está cargada de sentimiento y dramatismo. ¡Espero que la disfrutéis!

Alice hierve en mis venas

La frialdad con la que Alice solía hablar, ésa propia de la psicopatía más absoluta, a veces me asustaba. Aquella era una de esas ocasiones. Habíamos ido al pub irlandés para que me contara acerca de su pasado, un pasado que se me antojaba tan oscuro como triste. Hablando de él, había acabado haciéndose cortes a propósito en la mano con un basto bisturí de papelería.

Lo hacía sin inmutarse, como si no sintiera el dolor que debía de causarle con total seguridad, con la conciencia y la precisión de una cirujana. Era increíble y escalofriante a la par. Era el resultado de la maldición que William Blatter había desatado contra ella. «¿cómo puede ser tan desgraciado? ¿Para qué necesitaba hacerle esto?» No era capaz de comprender el motivo por el que truncaría así los sentidos de su ghoul, pero la mente retorcida de ese sethita no conocía la palabra «piedad». ¿Lo había hecho sólo para arrancar un pedazo más de la humanidad de aquella mujer? ¿Es que acaso no le era suficiente con haberla convertido en lo que era?

De alguna manera, ese bastardo de víbora había implantado un comportamiento psicopático en ella. Era adicta al miedo, pero no al que sentía, sino al que causaba. Era la perturbación ideal para conseguir alguien implacable capaz de encargarse de cualquier asunto, hasta los más desagradables. No era de extrañar que todo el mundo en el Infierno la temiera. Las cabezas gachas, los temblores y los sudores fríos, desfilaban ahora en mi memoria como los testigos mudos de quién sabía cuántas crueldades cometidas por Alice. No se arrepentía de ello; al contrario, había dicho que disfrutaba. Era consciente de que se debía al condicionamiento de Blatter, pero… sonaba tan frío y crudo…

La confesión estaba siendo tan dura, que mi sempiterna sonrisa se había esfumado hacía rato. Por lo menos, Leblanc estaba indagando en busca de una cura para la ceguera que la aquejaba. No era seguro que la hallara, pero era un consuelo. Me sorprendí cuando me lo contó, pues siempre había demostrado desdén hacia mi sire. No obstante, ahora las piezas encajaban. Fue Leblanc quien me recomendó a Alice como ghoul, después de recurrir a ese hijo de puta de Blatter, como la preciosa Sara de Luca quería hacer. No sabía por qué estaba interesada en reunir tantos talentos científicos, pero ella no hacía las cosas por aburrimiento. Todo lo que pasaba por su cabeza tenía algún sentido. Si algo había podido aprender a lo largo de estos años bajo su tutela, era que Laura se trataba de una mujer tremendamente inteligente, a pesar de estar recubierta por una capa de banalidad de la cual no se alcanzaba a ver el fin.

—Nick… ¿puedo confiar en ti? —me preguntó. Pude notar la tensión que impregnaba sus palabras, más amargas que la cerveza que acababa de beber.

—¿Hace falta preguntarlo? —repliqué, notando un nudo en la garganta.

—Sí, hace falta —confirmó con contundencia.

—Sabes que sí —asentí, más serio.

—Hoy te he comprado una pistola —comenzó, con la misma frialdad con que trataba todo, aunque detectaba un rastro de emoción en ella—. Prométeme que si alguna vez me paso de la raya, la usarás conmigo.

El silencio que siguió a aquella frase cayó sobre mí como una losa de granito. Me estaba pidiendo que la matara si llegaba el momento. La miré, tan perplejo, como afligido. Por primera vez, vi en ella la humanidad que William Blatter no había logrado arrebatarle, aún con todo su poder. Aquel era el corazón tierno del fruto que se refugiaba bajo una dura corteza inexpugnable. No quería hacer daño a nadie inocente. Era plenamente consciente de que lo que hacía estaba mal, a pesar de que no pudiera evitarlo. Noté un ligero escozor en los ojos y tuve que contenerme. Empezar a sangrar por ellos en público sería una ruptura de Mascarada en toda regla. Desvié la mirada hacia abajo un momento, pero volví a clavar la vista en sus ojos claros al instante.

—Es una promesa muy dura.

—Es necesaria —contestó ella, sin pestañear.

—Está bien, lo haré —acepté, recogiendo el peso de aquella losa en el fondo de mi corazón muerto.

Alice pareció liberar la tensión que contenía hasta el momento y, como si aquellas cuatro palabras rompieran la barrera emocional que la separaba de todo ser vivo en la faz de la Tierra, se abalanzó sobre mí para abrazarme, destilando miedo y agradecimiento a partes iguales. Era la primera vez que la veía así, tan vulnerable, como un animal herido que se hubiera negado a aceptar ayuda alguna hasta la fecha. Mientras la estrechaba y le acariciaba los mechones rubios con ternura, no podía dejar de pensar en el ser pérfido que había sido capaz de hacerle aquello. La sangre me hervía en las venas y una idea siniestra nublaba cualquier otro de mis pensamientos: acabar con William Blatter. Por muy poderoso y despiadado que fuera, ya no descansaría en paz hasta saber que había desaparecido. Pensaba utilizar todos los medios que tuviera a mi disposición y otros que pudiera alcanzar para conseguirlo. No me conformaría con borrarlo del mapa; quería que sufriera, que sintiera en sus carnes todo el dolor que era capaz de provocar su maldad; quería venganza.

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