Hola, queridos lectores.
Hoy os traigo un artículo de opinión un poco diferente a lo acostumbrado. En esta ocasión, me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones que he hecho tras la polémica surgida por la condena de una twitera a raíz de unas publicaciones en las que hacía humor con la muerte de Carrero Blanco a manos de ETA, ministro franquista destinado a preservar la continuidad del régimen.
Creo que es procedente tratar este asunto, pues el humor es una parte fundamental de cualquier expresión artística, cualquiera que sea su tipología, igual que la tragedia y tantos otros elementos. Es necesario, por tanto, saber si tiene límites, dónde encontrarlos y, sobre todo, si puede ser penalmente punible esta cuestión. Para ello, iré analizando una serie de elementos por separado y después los uniré para llegar a una conclusión.
En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que el humor suele ofender a alguien siempre. Puede ser una persona, una localidad, una región y hasta un país entero. No son pocos los chistes sobre personalidades, pobblaciones, nacionalidades y hasta etnias enteras. Tampoco hay que perder de vista que el humor es subjetivo y lo que para unos puede tener gracia, para otros puede carecer totalmente de ella. El humor negro es un claro ejemplo de ello.
¿Son para mí humor los twits de esta persona? Pues la verdad es que no, y eso que tengo un gusto especial por el humor negro. Sinceramente, no veo en ellos otra cosa que ánimo de burlarse y despreciar al sujeto en cuestión, por muy antidemocrático que fuera en su momento. El humor negro tiene la característica de que, a pesar de ser de mal gusto en muchas ocasiones, no tiene por objeto esa humillación, sino sólo hacer reír a la gente. En cambio, estos chistes están más cerca para mí de las mofas que sufren las víctimas de bullyng, por poner un ejemplo.
En segundo lugar hay que tener en cuenta la libertad de expresión. ¿Se deberían censurar y castigar comentarios de este tipo, por muy desagradables que puedan resultar? Bueno, mi opinión, al igual que la de los legisladores, es que sí. No por nada existen delitos o faltas relacionadas con el honor de las personas en el código penal. Lo que sí podemos discutir es qué tipo de castigo merecen estos comportamientos y qué debería considerarse una ofensa.
Para mí, la condena de cárcel es totalmente innecesaria. Podría haberse quedado en una multa, trabajos sociales o algo por el estilo. Mucho más constructivo para el ser humano y su educación, la verdad. La condena de inhabilitación total por 7 años me parece una cuestión mucho más controvertida. Si bien me parece una exageración, la propia interesada ha dicho que su intención era dedicarse a la docencia. Personalmente, a mí no me gustaría que una persona que no entiende el significado de la palabra respeto estuviera involucrada de ninguna manera en la educación de nadie. Quizás sería ella la que debiera replantearse su carrera profesional y no la propia sentencia la que lo hiciera.
Porque en el respeto creo que está el límite de la libertad de expresión. Alguien puede ser el diablo a nuestros ojos, pero muy probablemente tenga personas que lo aprecien y lo quieran. No creo que a ninguno nos gustara que alguien dijera barbaridades así sobre nuestros padres, hermanos o amigos, si a nuestros ojos eran gente fantásticas y las amábamos. El odio no puede egar el sentido del respeto.
Porque el odio es lo que está detrás de toda esta historia. El odio es humano, es personal y subjetivo. Se alimenta de la ira y se multiplica exponencialmente cuando lo manifestamos en grupo. Por eso, es curioso ver que gente que condena ciertas conductas por fomentar el odio hacia un colectivo, prohibiéndolas y sancionándolas, como fue el reciente caso del autobús antitransexual, luego defienda que no es punible que se haga lo propio con alguien que se mofa, burla y alegra de la muerte de un hombre.
Y así llegamos hasta las redes sociales, que son con toda seguridad el mayor nido infecto de odio que se puede conocer en el siglo XXI. Resguardados tras la protección de una pantalla y un teclado, miles de personas lanzan mensajes repletos de bilis hacia personas u organizaciones a las que no guardan mucha estima. Esto no sería tan común de no ser porque este tipo de comportamientos encuentran una gran acogida en la comunidad de turno, que los difunde y los jalea. En resumen, cuanto más energúmeno sea uno en internet, más grande será la legión de fieles descerebrados que lo seguirán.
Tristemente, hoy en día, el humor se ha diluido entre la piscina de aguas fecales en las que se han convertido sitios como Twitter. La gente no busca reírse un rato, sino alimentar con más leña el fuego del odio que siente hacia cualquier cosa. Los defensores del respeto no son más que figurantes que no ven las ofensas en más de un sentido y los garantes de la libertad de expresión se escudan en ella para justificar su comportamiento ruin y poco decoroso. La línea que separa un chiste de mal gusto de la ofensa gratuita ya no existe y algunos nos preguntamos en qué cabeza comentarios así pueden tener algún ápice de gracia.
La justicia tampoco hace un favor dejando otros comentarios que directamente no tienen ninguna intención humorística impunes. A mi mente vienen ciertos deseos hacia personas como Pablo Iglesias que lejos estarían de causarme una carcajada. El problema es que si la pena para todos ellos debe ser la cárcel, haríamos mejor en cambiarnos de país y convertir la península en una enorme prisión en la que reine la ley de la selva como en Twitter.
¿Y qué podemos hacer nosotros ante esto? Ignorarlos. Cuanta más publicidad se les da, más se alientan este tipo de acciones. Así que, sin mucho más que decir, os recomiendo que entréis en Youtube, busquéis algún monólogo con el que os desternilléis y disfrutéis de la vida, que es lo que esta gente no será capaz nunca de hacer.
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