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Treinta monedas de plata

¡Hola, queridos lectores!

Pasada la Semana Santa, vuelvo con una nueva entrega de las aventuras de Nick Halden, mi vampiro del rol de Mundo de Tinieblas. En esta ocasión, os hablo de su sire, Laura Leblanc, y del misterio que la envuelve. ¡Espero que os guste!

Treinta monedas de plata

Leblanc es una mujer muy peculiar. A nadie que la conozca se le escapan esa actitud frívola y un vicio que ruboriza a cualquiera por las perversiones más bizarras. Desde la cima de su montaña de monedas, se alza sobre Estocolmo como una reina de la noche de tez pálida y un cuerpo para el pecado que ha probado más gente de la que sería capaz de contar en una vida.

Sin embargo, siempre he pensado que todo aquello era una fachada. Tal vez no la conozca tan a fondo como cabría esperar de un sire y su chiquillo. Aun así, esas sonrisas, ese desdén por la vida, esos innumerables amantes a cada cual más pintoresco… todo ello formaba para mí parte de un cuadro, de un lienzo que ella misma había esbozado y que, en el fondo, desplegaba para ocultar el vacío que había detrás.

Pero… ¿quién iba a pensar que ni ella misma sabía lo que había escondido tras el telón de su propia función? Después de algunos años, un par de ellos como sangre de su sangre, por fin he descubierto algunos entresijos de su pasado. No, ella no me ha contado nada al respecto. Dudo que lo hiciera alguna vez. Si a alguien le debo esa información es… a Dickens.

Es un tipo misterioso y siniestro, y su indumentaria no ayuda a apaciguar esa sensación. Embozado de pies a cabeza con gabardina negra y sombrero, irrumpió en la Torre Leblanc como si nada. Joanne e Ivy se habían cruzado con él la noche anterior a nuestro encuentro, y fueron ellas las que me alertaron de aquel hecho. Ambas lo describían como un tipo inquietante, tanto que les había hecho saltar todas las alarmas del instinto de supervivencia. Ojalá pudiera decir que exageraban, pero, mientras jugueteaba con aquella moneda de plata en la mano, lanzándola al aire una y otra vez, desprendía un aura de amenaza que le habría puesto la piel de gallina hasta al Brujah más pintado.

Por supuesto, ¿quién puede confiar en un tipo así? Cuando acudimos al ático de mi sire, que se encontraba ausente en esos momentos, teníamos la intención de enfrentarlo si era necesario. Un par de pistolas, una chica pequeña, pero matona, y una espadachín consumada frente al peligro. Con todo, no habría apostado todo a nuestro número en la ruleta. No sé hasta dónde llegan las capacidades de un tipo como él. Ni siquiera sé cuántos años tiene. Pero siendo capaz de desprender amenaza por cada poro de su piel, me lo jugaría todo a que no es un cualquiera.

Se presentó como un viejo amigo de Laura que traía un mensaje de urgencia. Lo que no esperaba es que yo no supiera de quién se trataba. Eso le molestó bastante, a juzgar por su expresión y su tono posterior. Hacía las cosas algo más difíciles, pues yo no tenía motivos para confiar en un completo desconocido.

Fue entonces cuando las revelaciones se sucedieron una tras otra y todo el puzle de Leblanc empezó a encajar pieza por pieza en mi mente. Lo que decía tenía sentido, pero si no hubiera visto lo que me enseñó sólo a mí, nunca le hubiera creído.

El caso es que él y Leblanc tuvieron una relación bastante íntima. Pero, de algún modo, se excedieron en algo y la Corona de Estocolmo tomó cartas en el asunto. No me extrañaría que fuese algo bastante turbio, pues Dickens, a pesar de profesar un amor incondicional hacia Laura, no demuestra ni un ápice de ese aprecio hacia la Camarilla. Fue abrazado en el Sabbat y tiene más en común con esa secta que con la nuestra. Si había venido a advertirnos de que una manada sabbática se había adentrado en nuestro territorio con el fin de obtener un artefacto antiguo para tenerlo bajo su control, era sólo porque así mantenía el pacto que había hecho con la senescal Megara: información a cambio de la vida de Leblanc.

Treinta monedas de plata, los recuerdos de mi sire y un condicionamiento hacia el vicio, así como el exilio de Dickens, habían sido el precio a pagar por mantenerlos con vida. No puedo decir que le tenga mucho aprecio a la senescal desde aquella noche. Prefiero no verla. Le dejo esos asuntos a Joanne, que se ha convertido en su pupila. Espero que no la haga enfadar y se cobre algo que mi compañera de cuadrilla aprecie de verdad.

El caso es que Dickens atravesó nuestras líneas con el único fin de proteger a Leblanc, de entregarnos la información que la seguiría manteniendo con vida. Le estoy agradecido, por supuesto. Más aún teniendo en cuenta que ella no recuerda nada de él, nada de su relación, ninguna de sus sonrisas sinceras, libres de fachada superficial y frívola. Me pregunto cuánto tiene que amarla él para hacer todo esto. Al fin y al cabo, está en las filas enemigas y sólo lo hace por ella.

He intentado dar con su paradero después de esa noche, pero no ha habido suerte. Lo único que me queda de su visita es la moneda de plata que me regaló como amuleto de la fortuna. A veces me quedo con ella en la mano, sopesándola, antes de quedarme dormido al amanecer. Pienso en él y en Leblanc, en lo intenso que debió de ser su amor y en la situación en la que están ahora. Dudo si debería hablar con ella sobre el tema o no. Al fin y al cabo, ella no recuerda nada. Puede tomarme por loco o tal vez por imbécil, por creerme las palabras de un completo desconocido. No gano nada sacando a relucir el asunto, pero… es complicado guardar el secreto de una vida que no te pertenece; de una vida que le devolvería la sonrisa verdadera a la mujer que me ha concedido un sinfín de noches, hasta el final de los días.

Por supuesto, aunque Megara no sea santa de mi devoción, no puedo enfrentarme a ella. Es la segunda máxima autoridad de la ciudad y, si ha podido hacerle eso a mi sire, qué no podría hacerme a mí. No, aunque no soporte su compañía, he de intentar complacerla para ganarme el derecho a pedirle que le devuelva el alma que le arrebató a Leblanc. Es lo único que puedo hacer para ayudarle. No obstante, es una Ventrue bastante controladora. Seguro que no será nada fácil conseguirlo, pero… tengo todo el tiempo del mundo.

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