En esta ocasión os traigo un nuevo relato corto. No sé muy bien por qué, estos últimos días me está saliendo la vena poética y estoy bastante inspirado para escribir sobre estas cosas. A lo mejor es el calor, que me cuece las neuronas. El caso es que todo lo que sale de mis dedos tiende a tener tintes grises y oscuros.
Bueno, a ver qué os parece. Creo que me ha quedado bastante bien y, la verdad, el personaje del que hablo en estas líneas me ha encandilado en mi mente. Sé que es difícil hacerse una idea con tan poca cosa, pero creedme cuando os digo que estoy deseando escribir algo más sobre ella. Como siempre, ¡espero que os guste y os agradeceré vuestros comentarios!
Practico, practico y no dejo de practicar. Mis dedos se deslizan de una acuerda a otra por el laúd, creando una de las muchas melodías que el conde gusta de escuchar. Una, dos, tres veces; las que hagan falta con tal de no fallar ni una nota. Lección aprendida a base de fusta y sangre. Tocar es mi deber y he de hacerlo bien, igual que el suyo es gobernar… aunque lo haga de forma cuestionable.
¿En qué momento mi querida madre pensaría que esta vida sería buena para mí? En la corte no falta la comida ni la bebida, ni tampoco el atuendo, pese a no ser más que una campesina. Mas carezco del bien fundamental de la libertad. Libertad que anhelo mirando desde la ventana de mis aposentos en la torre.
Dejo que mis dedos fluyan con mis pensamientos y el instrumento entone una partitura bien distinta, una de aquellas que me encantaba tocar junto a mi padre al calor de la hoguera. ¿Dónde estarás ahora, papá? ¿Este tirano te envió a la frontera para no regresar jamás? ¿Cuántos más como tú sufrirán por su retorcida idea de justicia y honor? Tú eres el único que vendría a buscarme…
Porque yo no soy una bella princesa encerrada en una torre por un fiero dragón. No he salido de uno de esos cuentos que desde hace un tiempo me parecen un destino más misericordioso que el que me ha tocado vivir. No habrá ningún apuesto caballero dispuesto a arriesgar su vida para rescatarme de las garras de este avaro gobernante ni dragón que reduzca a cenizas su castillo para terminar con mi sufrimiento. Carezco del valor para hacerlo yo misma.
Aun así, ya no derramo más lágrimas. HE aprendido que eso solo conlleva más dolor y sufrimiento, y todavía conservo algunas marcas en la piel para recordármelo. En cambio, toco, toco y no dejo de tocar. Mis dedos encallecidos liberan con cada nota una tristeza que no sería capaz de soportar contenida en mi corazón sin posibilidad de darle rienda suelta. Él no lo sabe y nunca podrá saberlo. Es un completo ignorante musical que pretende imitar a la corte imperial en su pequeño dominio. Ni siquiera es capaz de percatarse de que sus piezas más favoritas están pesadamente cargadas con el lastre de mi dolor.
A veces, cuando mis manos ya no responden y el cansancio me vence, caigo en la cama y sigo tocando en sueños. Sin embargo, en esas ocasiones la melodía que interpreto suena totalmente distinta, cargada de esperanza y anhelo. Porque, a pesar de todo, la niña que llevo dentro todavía aguarda al príncipe que ponga fin a su encierro.
Bueno, a ver qué os parece. Creo que me ha quedado bastante bien y, la verdad, el personaje del que hablo en estas líneas me ha encandilado en mi mente. Sé que es difícil hacerse una idea con tan poca cosa, pero creedme cuando os digo que estoy deseando escribir algo más sobre ella. Como siempre, ¡espero que os guste y os agradeceré vuestros comentarios!
Practico, practico y no dejo de practicar. Mis dedos se deslizan de una acuerda a otra por el laúd, creando una de las muchas melodías que el conde gusta de escuchar. Una, dos, tres veces; las que hagan falta con tal de no fallar ni una nota. Lección aprendida a base de fusta y sangre. Tocar es mi deber y he de hacerlo bien, igual que el suyo es gobernar… aunque lo haga de forma cuestionable.
¿En qué momento mi querida madre pensaría que esta vida sería buena para mí? En la corte no falta la comida ni la bebida, ni tampoco el atuendo, pese a no ser más que una campesina. Mas carezco del bien fundamental de la libertad. Libertad que anhelo mirando desde la ventana de mis aposentos en la torre.
Dejo que mis dedos fluyan con mis pensamientos y el instrumento entone una partitura bien distinta, una de aquellas que me encantaba tocar junto a mi padre al calor de la hoguera. ¿Dónde estarás ahora, papá? ¿Este tirano te envió a la frontera para no regresar jamás? ¿Cuántos más como tú sufrirán por su retorcida idea de justicia y honor? Tú eres el único que vendría a buscarme…
Porque yo no soy una bella princesa encerrada en una torre por un fiero dragón. No he salido de uno de esos cuentos que desde hace un tiempo me parecen un destino más misericordioso que el que me ha tocado vivir. No habrá ningún apuesto caballero dispuesto a arriesgar su vida para rescatarme de las garras de este avaro gobernante ni dragón que reduzca a cenizas su castillo para terminar con mi sufrimiento. Carezco del valor para hacerlo yo misma.
Aun así, ya no derramo más lágrimas. HE aprendido que eso solo conlleva más dolor y sufrimiento, y todavía conservo algunas marcas en la piel para recordármelo. En cambio, toco, toco y no dejo de tocar. Mis dedos encallecidos liberan con cada nota una tristeza que no sería capaz de soportar contenida en mi corazón sin posibilidad de darle rienda suelta. Él no lo sabe y nunca podrá saberlo. Es un completo ignorante musical que pretende imitar a la corte imperial en su pequeño dominio. Ni siquiera es capaz de percatarse de que sus piezas más favoritas están pesadamente cargadas con el lastre de mi dolor.
A veces, cuando mis manos ya no responden y el cansancio me vence, caigo en la cama y sigo tocando en sueños. Sin embargo, en esas ocasiones la melodía que interpreto suena totalmente distinta, cargada de esperanza y anhelo. Porque, a pesar de todo, la niña que llevo dentro todavía aguarda al príncipe que ponga fin a su encierro.
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