Hoy os dejo por aquí un nuevo relato corto de ese estilo tan gris que me está saliendo últimamente. Si en el anterior os comenté que aquel personaje me fascinaba en cuanto a su personalidad e historia que tenía en mente, éste no es menos. Quizás tenga un carácter radicalmente opuesto, pero para mí es igualmente absorbente.
Como siempre, dejadme vuestras opiniones en los comentarios y compartidlo con vuestros amigos lectores si os gusta. Siempre da ánimo notar vuestro apoyo para seguir escribiendo.
Es invierno, nieva y está oscuro ahí fuera. Pero, a pesar de todo, hace más frío dentro de mi corazón. ¿Puede la venganza templar este témpano? Tal vez. Es lo que ella grita al menos. El calor de la sangre derramada por nuestros enemigos derretirá la escarcha de nuestra alma. Así debe ser. Yo soy la última, la única que queda. No hay nadie más. Estoy sola… sola y helada.
Vivo por la muerte de otros porque la muerte de otros ha hecho que esté viva. No tengo un padre ni una madre. La segunda pereció poco después de nacer yo y del primero es mejor que no sepa su paradero; mejor para él, por supuesto. Perecer… qué palabra más amable. No, en realidad fue un asesinato; un vil y cobarde acto sanguinario cometido contra una mujer incapaz de defenderse. Debe ser verdad lo que ella clama desde lo más recóndito de mi ser, pues sólo cuando me lo recuerdo siento las venas hervir. La venganza y el odio me darán calor y consuelo.
No tengo amigos ni juego a nada. No tengo tiempo. Debo convertirme en una maga poderosa para alcanzar mi meta. Con suerte, dentro de unos años podré sentir al fin el calor reconfortante de la sangre manchando mis manos y esa voz quedará satisfecha. Quizás entonces pueda permitirme el lujo de descansar, de disfrutar de entretenimientos o de entablar una amistad. El frío no es bueno para eso. La gente no se acerca. No está preparada para el hielo de mi piel y mi mirada. Yo tampoco estoy preparada para ellos. Ella grita más que sus carcajadas; ella resuena con más fuerza que los truenos en mi cabeza.
Una niña contra un dragón. Absurdo, dirían muchos, no faltos de razón. Sin embargo, el dragón sangra cuando le hieren, como bien sé. Los dragones son criaturas mortales al fin y al cabo. Además, yo sólo voy a por la cabeza; el resto del cuerpo me da igual, no es de mi incumbencia. En cambio, la voluntad que me empuja sí que es imperecedera. Aunque yo muera, ella no lo hará. Se alimentará del odio acérrimo que siente y se hará más fuerte, y algún día volverá a través de otro para cobrarse la deuda que contrajo. Ojalá sea yo la artífice, porque entonces podré conocer otra vida distinta a ésta.
Hace frío ahí fuera, y las ridículas llamas que ese niño idiota es capaz de convocar no pueden sobrevivir a la ventisca por más de unos pocos instantes. Ella es tan implacable con él como mi mirada desde el otro lado de la ventana. No obstante, a pesar de que todo esfuerzo es inútil, de una falta de talento manifiesta, de la más absoluta incompetencia en las artes mágicas… ese niño no se apaga, al contrario que el fuego que desprende, igual que la voz que chilla loca de dolor y rabia dentro de mí. Tal vez él también perdure cuando los demás nos hayamos marchitado… Tal vez él también conozca el calor de sus llamas algún día…
Como siempre, dejadme vuestras opiniones en los comentarios y compartidlo con vuestros amigos lectores si os gusta. Siempre da ánimo notar vuestro apoyo para seguir escribiendo.
Hace frío ahí fuera
Es invierno, nieva y está oscuro ahí fuera. Pero, a pesar de todo, hace más frío dentro de mi corazón. ¿Puede la venganza templar este témpano? Tal vez. Es lo que ella grita al menos. El calor de la sangre derramada por nuestros enemigos derretirá la escarcha de nuestra alma. Así debe ser. Yo soy la última, la única que queda. No hay nadie más. Estoy sola… sola y helada.
Vivo por la muerte de otros porque la muerte de otros ha hecho que esté viva. No tengo un padre ni una madre. La segunda pereció poco después de nacer yo y del primero es mejor que no sepa su paradero; mejor para él, por supuesto. Perecer… qué palabra más amable. No, en realidad fue un asesinato; un vil y cobarde acto sanguinario cometido contra una mujer incapaz de defenderse. Debe ser verdad lo que ella clama desde lo más recóndito de mi ser, pues sólo cuando me lo recuerdo siento las venas hervir. La venganza y el odio me darán calor y consuelo.
No tengo amigos ni juego a nada. No tengo tiempo. Debo convertirme en una maga poderosa para alcanzar mi meta. Con suerte, dentro de unos años podré sentir al fin el calor reconfortante de la sangre manchando mis manos y esa voz quedará satisfecha. Quizás entonces pueda permitirme el lujo de descansar, de disfrutar de entretenimientos o de entablar una amistad. El frío no es bueno para eso. La gente no se acerca. No está preparada para el hielo de mi piel y mi mirada. Yo tampoco estoy preparada para ellos. Ella grita más que sus carcajadas; ella resuena con más fuerza que los truenos en mi cabeza.
Una niña contra un dragón. Absurdo, dirían muchos, no faltos de razón. Sin embargo, el dragón sangra cuando le hieren, como bien sé. Los dragones son criaturas mortales al fin y al cabo. Además, yo sólo voy a por la cabeza; el resto del cuerpo me da igual, no es de mi incumbencia. En cambio, la voluntad que me empuja sí que es imperecedera. Aunque yo muera, ella no lo hará. Se alimentará del odio acérrimo que siente y se hará más fuerte, y algún día volverá a través de otro para cobrarse la deuda que contrajo. Ojalá sea yo la artífice, porque entonces podré conocer otra vida distinta a ésta.
Hace frío ahí fuera, y las ridículas llamas que ese niño idiota es capaz de convocar no pueden sobrevivir a la ventisca por más de unos pocos instantes. Ella es tan implacable con él como mi mirada desde el otro lado de la ventana. No obstante, a pesar de que todo esfuerzo es inútil, de una falta de talento manifiesta, de la más absoluta incompetencia en las artes mágicas… ese niño no se apaga, al contrario que el fuego que desprende, igual que la voz que chilla loca de dolor y rabia dentro de mí. Tal vez él también perdure cuando los demás nos hayamos marchitado… Tal vez él también conozca el calor de sus llamas algún día…
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