Os traigo un nuevo relato para las clases de escritura. En esta ocasión teníamos que centrarlo en la trama. Teníamos una frase de pie y debíamos continuar a partir de ahí. No obstante, como teníamos de máximo dos folios a doble espacio, pensé que la mejor forma de enfocarlo era desarrollarlo como una escena en la que pudiese presentar unos personajes muy básicos de forma rápida y desarrollarlos en ella.
Visto el resultado y el de mis compañeros, es evidente que me equivoqué. El mío fue uno de los que menos me gustó comparado con el resto. He de decir que prácticamente todos los que leímos tenían un nivel bastante elevado. ¡Empiezan a notarse los progresos! En fin,, espero que os guste al menos y que lo disfrutéis.
—¿Cómo dices?
—Quiero el divorcio —repito más alto que antes—. Estoy cansada de tus malas caras y tus broncas sin venir a cuento.
—ME arrastras hasta aquí. Me haces pasar tres horas mirando ropa porque eres una puta indecisa. —Su rostro se congestiona más y más. Le cae una lagrimilla, no sé si de rabia o de dolor—. Te gastas mi dinero en gilipolleces. Cargo con todas estas bolsas que pesan como piedras. Y ahora, ¿te quieres divorciar? —Cierra el portón con fuerza.
—Si me dejases venir sola… —Lo fulmino con la mirada cruzada de brazos.
—¡Para que me rayes el coche! ¡Conduces peor que un abuelo!
—¡Claro! ¡Me dejas cogerlo muy poco! —Meto la mano en el bolso mientras él sigue poniéndome a parir—. ¿Te preocupa que lo raye? ¡Pues tranquilo!
En un solo movimiento saco las llaves y las arrastro con toda la mala leche del mundo por la carrocería. El chirrido me hace entrecerrar los ojos. Al menos logro que se calle un momento. ¡Qué descanso! Me vuelvo y le sostengo la mirada con aire desafiante.
—Loca… —murmura—. ¡Estás loca! ¡Como una cabra! —Lanza una mano. Me encojo y cierro los ojos instintivamente. Me arrepiento de lo que acabo de hacer. Sin embargo, el puño retumba contra la puerta trasera—. Ya me lo advirtieron… ¡Oh! ¡Claro que sí! «Esa chica no te conviene —imitaba una voz chillona—. Es una caprichosa. Te mangoneará. Solo te traerá desgracias».
—¿Quién decía eso? ¿La zorra de tu madre? —pregunto alterada. Creía que iba a pegarme—. Nunca le caí bien. Ella a mí tampoco.
—A ti qué te importa —bufa—. ¡Sube al coche!
—No. —El corazón me late frenéticamente.
—¡Que subas al coche! —Rechina los dientes.
—No lo haré —me reafirmo. Tiemblo. No puedo evitarlo.
—¿No? ¡Pues que te den!
ME aparta de un violento empujón y quedo tendida en el suelo. ¡Qué dolor en la nuca! Está oscuro y veo lucecitas. Ay, qué mareo…
Cuando puedo reincorporarme él ya está en el coche. El motor ruge. ¡Cielos! ¡Quiere matarme! Con el corazón desbocado, ruedo por el suelo y me cobijo detrás de una columna. Me he clavado las hebillas del bolso en las costillas. Siseo. Busco ayuda en derredor. Los otros clientes miran la escena estupefactos. Nadie está dispuesto a intervenir. El coche da marcha atrás y sale de la plaza, colocándose frente a mí. Los faros me ciegan y no consigo ver la cara de ese cabrón. Tiemblo y lloro. Y grito… y vuelvo a moverme para protegerme con la columna.
—¡Ahí te quedas con tus bolsas! —Había bajado la ventanilla del copiloto. Las compras están apisonadas por el suelo—. ¿Sabes qué? ¡Yo también quiero el divorcio! ¡Hasta nunca, María! ¡Que te aguante otro!
Hugo sale haciendo rueda a toda pastilla. Me dejo caer sin creérmelo todavía. Creía que estaba tan cerca de morir… Todo ha terminado. Soy libre. Soy yo. Todavía oigo el tambor en allegro en mis oídos. Aun así, escucho claramente el chirrido de la frenada; el estrépito del choque; el trueno perpetuo del claxon… Hasta nunca, Hugo, hasta nunca…
Visto el resultado y el de mis compañeros, es evidente que me equivoqué. El mío fue uno de los que menos me gustó comparado con el resto. He de decir que prácticamente todos los que leímos tenían un nivel bastante elevado. ¡Empiezan a notarse los progresos! En fin,, espero que os guste al menos y que lo disfrutéis.
Comprando tu adiós
Estoy en un aparcamiento del Corte Inglés cuando le digo a mi marido que no quiero seguir casada con él. El respingo que pega le hace golpearse en la cabeza con la puerta del maletero. Suelta una ristra de maldiciones y blasfemias. Esperaba que su reacción fuese mala, pero ahora es peor. Lleva de malas pulgas todo el día y un coscorrón no es el mejor remedio.—¿Cómo dices?
—Quiero el divorcio —repito más alto que antes—. Estoy cansada de tus malas caras y tus broncas sin venir a cuento.
—ME arrastras hasta aquí. Me haces pasar tres horas mirando ropa porque eres una puta indecisa. —Su rostro se congestiona más y más. Le cae una lagrimilla, no sé si de rabia o de dolor—. Te gastas mi dinero en gilipolleces. Cargo con todas estas bolsas que pesan como piedras. Y ahora, ¿te quieres divorciar? —Cierra el portón con fuerza.
—Si me dejases venir sola… —Lo fulmino con la mirada cruzada de brazos.
—¡Para que me rayes el coche! ¡Conduces peor que un abuelo!
—¡Claro! ¡Me dejas cogerlo muy poco! —Meto la mano en el bolso mientras él sigue poniéndome a parir—. ¿Te preocupa que lo raye? ¡Pues tranquilo!
En un solo movimiento saco las llaves y las arrastro con toda la mala leche del mundo por la carrocería. El chirrido me hace entrecerrar los ojos. Al menos logro que se calle un momento. ¡Qué descanso! Me vuelvo y le sostengo la mirada con aire desafiante.
—Loca… —murmura—. ¡Estás loca! ¡Como una cabra! —Lanza una mano. Me encojo y cierro los ojos instintivamente. Me arrepiento de lo que acabo de hacer. Sin embargo, el puño retumba contra la puerta trasera—. Ya me lo advirtieron… ¡Oh! ¡Claro que sí! «Esa chica no te conviene —imitaba una voz chillona—. Es una caprichosa. Te mangoneará. Solo te traerá desgracias».
—¿Quién decía eso? ¿La zorra de tu madre? —pregunto alterada. Creía que iba a pegarme—. Nunca le caí bien. Ella a mí tampoco.
—A ti qué te importa —bufa—. ¡Sube al coche!
—No. —El corazón me late frenéticamente.
—¡Que subas al coche! —Rechina los dientes.
—No lo haré —me reafirmo. Tiemblo. No puedo evitarlo.
—¿No? ¡Pues que te den!
ME aparta de un violento empujón y quedo tendida en el suelo. ¡Qué dolor en la nuca! Está oscuro y veo lucecitas. Ay, qué mareo…
Cuando puedo reincorporarme él ya está en el coche. El motor ruge. ¡Cielos! ¡Quiere matarme! Con el corazón desbocado, ruedo por el suelo y me cobijo detrás de una columna. Me he clavado las hebillas del bolso en las costillas. Siseo. Busco ayuda en derredor. Los otros clientes miran la escena estupefactos. Nadie está dispuesto a intervenir. El coche da marcha atrás y sale de la plaza, colocándose frente a mí. Los faros me ciegan y no consigo ver la cara de ese cabrón. Tiemblo y lloro. Y grito… y vuelvo a moverme para protegerme con la columna.
—¡Ahí te quedas con tus bolsas! —Había bajado la ventanilla del copiloto. Las compras están apisonadas por el suelo—. ¿Sabes qué? ¡Yo también quiero el divorcio! ¡Hasta nunca, María! ¡Que te aguante otro!
Hugo sale haciendo rueda a toda pastilla. Me dejo caer sin creérmelo todavía. Creía que estaba tan cerca de morir… Todo ha terminado. Soy libre. Soy yo. Todavía oigo el tambor en allegro en mis oídos. Aun así, escucho claramente el chirrido de la frenada; el estrépito del choque; el trueno perpetuo del claxon… Hasta nunca, Hugo, hasta nunca…
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