Estimado Jordi:
Lo sucedido estos días me abochorna. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es una pregunta retórica, claro. Ambos lo sabemos. Cada uno hemos tirado de la cuerda hasta que al final la hemos roto. Es una lástima. Era una cuerda bonita. Me pregunto si encontraremos otra igual o nos quedaremos sin una para siempre. Si no es mucho pedir, yo querría una todavía mejor. Más fuerte, más flexible y más duradera. Una que sirva para saltar a la comba o amarrar un barco. ¿Imaginas una cuerda así?
Pero para eso primero tenemos que arreglar lo nuestro. Llevamos tiempo sin entendernos; tiempo sin sentarnos a tomar un café tranquilamente; tiempo crispados, irritados, hastiados el uno del otro. Sé que el enfado no se te va a pasar hoy ni mañana, pero me gustaría que cuando estuvieras más calmado, leyeras esta carta de nuevo. Puede que entonces comprendas lo que te voy a decir. A veces no comprendemos a los demás porque no nos vemos como ellos lo hacen. Por eso, para que me entiendas, quiero contarte lo que veo en ti, lo que siento al ver lo que haces y dices. Seguramente te parecerá una chorrada, pero creo que al menos debo intentarlo.
No voy a hablarte de tus sentimientos. Esos los conoces tú mejor que nadie. Es verdad que me cuesta entenderlos. Yo no siento apego por las mismas cosas que tú; yo no me siento orgulloso por haber nacido donde lo he hecho, ni tampoco me siento parte de ningún ente mayor. Incluso me he callado lo que pensaba cada vez que te veía henchido por ello. Que no lo entienda... que hasta me resulte ridículo, no significa que no te respete. Eres mi amigo por encima de todo.
Así que, hablemos del origen de nuestro distanciamiento. Hace ya bastante de eso, ¿te acuerdas? Siempre has pensado que no eras igual que los demás. Quizás te pensabas mejor que el resto, no lo sé. El caso es que no querías que se aprovechasen de ti, de tu trabajo y tu talento. Perfectamente comprensible. Sin embargo, desde el principio acordamos entre nosotros que nos íbamos a ayudar cuando hiciera falta; que todos estábamos al mismo nivel; que íbamos a cuidar los unos de los otros. Esas eran las bases de nuestro grupo y nuestra amistad.
Decidiste que eso debía cambiar, que había que poner coto. Las condiciones que pusiste no me parecieron descabelladas, pero levantaron polvareda en el grupo. Con buen juicio, algunos dijeron que no podías imponer los cambios por tu cuenta. Evidentemente, si a ti se te permitían ciertos privilegios, otros no tardarían en reclamarlos. Si cambiábamos los términos de nuestra amistad, debíamos cambiarlos para todos por igual.
Podríamos haber llegado a un consenso, claro que sí. Solo había que tener un poco de paciencia. No obstante, a ti no te sentó nada bien la negativa. Te empeñaste en mantener tu posición contra viento y marea. Hablabas de negociarlo, pero nos chantajeabas con romper la baraja al mismo tiempo. No puedes culparnos de que eso no nos sentase bien. Nosotros acordamos que lo mejor era no ceder hasta que abandonases esa obstinación, pero tú seguiste adelante.
El más perjudicado de todos ha sido tu hermano gemelo, Carles. Él no quería separarse de nosotros. Siempre hemos estado juntos y somos buenos amigos. Pero tampoco quería decirte nada. Lo último que deseaba era que te enfadaras con él también. Sois de la misma sangre y verse obligado a elegir lo ha destrozado por dentro. No alcanzo a imaginarme las veces que habrá llorado a escondidas. Venía a verme en secreto, a pedirme que hablara contigo y lo arregláramos. Yo le decía que estuviera tranquilo, que seguro que todo se solucionaría tarde o temprano. Qué equivocado estaba...
Hace poco él nos avisó de que pretendías jugarte con él a cara o cruz lo que haríais a partir de ahora. Si ganabas tú, enterrarías definitivamente nuestra amistad contigo y con él; si ganaba él, permanecerías con nosotros, aunque fuera a regañadientes. No podía creerlo. No podía creer que hubieras llegado hasta ese punto. Lo hablamos y, con todo el dolor de nuestro corazón, decidimos que había llegado el momento de pararte los pies. Habías estado siete años ignorando las reglas que un día fijamos, pero ya no podía seguir así. Te apreciamos demasiado como para dejar que hicieras esa tontería.
No me siento orgulloso de lo que pasó. Hiciste caso omiso y continuaste con tus planes. No quisiste escucharnos ni a nosotros, ni a Carles. ¿Viste su cara mientras discutíamos? No, claro que no. Y si la viste, luego lo miraste con asco y resentimiento. Seguramente fue ese el detonante. NO atendías a razones; no querías sentarte a hablarlo; no ibas a renunciar a ninguna de tus aspiraciones. Pero, sobre todo, no parecía importarte lo más mínimo lo que sufriera Carles. Llegamos a las manos. Quizás fui más contundente de lo necesario, lo admito. Pero estaba tan harto de todo... ¿Por qué no podíamos llevarnos tan bien como antes? ¿Por qué tanto resentimiento? ¿Qué ganábamos con eso? Nada en absoluto.
Ahora tú estás con el ojo amoratado y el labio roto, y te salen espumarajos por la boca cada vez que me ves. Carles está más asustado que nunca y yo mantengo el semblante serio, impasible, aunque a veces se me escapa una lágrima. ¿Qué sentido tiene todo esto? Hemos tocado fondo, amigo... porque yo todavía te considero mi amigo.
En fin, quiero que sepas que siempre supe que no estabas a gusto con la forma de nuestra amistad. Pero también que tu actitud no me dejó otra alternativa que enrocarme. No por ti, sino por lo que vendría después de ti. Puede que ya sea demasiado tarde para arreglar las cosas, no lo sé. Pero me parece que debíamos intentar que Carles no sufriera más. Si tú no quieres juntarte más con nosotros, permite que al menos él lo pueda hacer sin miedo, sin sentir tu odio por ello. Y si todavía quieres ser nuestro amigo, por favor, deja esa postura absoluta del todo o nada. Quizá no transijamos con todo lo que pidas, pero estoy seguro de que accederemos de buen grado a darte lo que podamos para que te sientas bien entre nosotros. Todavía somos amigos. Eso es más fuerte que nada.
Te deseo una pronta recuperación. Espero tu respuesta.
Con cariño:
Lo sucedido estos días me abochorna. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es una pregunta retórica, claro. Ambos lo sabemos. Cada uno hemos tirado de la cuerda hasta que al final la hemos roto. Es una lástima. Era una cuerda bonita. Me pregunto si encontraremos otra igual o nos quedaremos sin una para siempre. Si no es mucho pedir, yo querría una todavía mejor. Más fuerte, más flexible y más duradera. Una que sirva para saltar a la comba o amarrar un barco. ¿Imaginas una cuerda así?
Pero para eso primero tenemos que arreglar lo nuestro. Llevamos tiempo sin entendernos; tiempo sin sentarnos a tomar un café tranquilamente; tiempo crispados, irritados, hastiados el uno del otro. Sé que el enfado no se te va a pasar hoy ni mañana, pero me gustaría que cuando estuvieras más calmado, leyeras esta carta de nuevo. Puede que entonces comprendas lo que te voy a decir. A veces no comprendemos a los demás porque no nos vemos como ellos lo hacen. Por eso, para que me entiendas, quiero contarte lo que veo en ti, lo que siento al ver lo que haces y dices. Seguramente te parecerá una chorrada, pero creo que al menos debo intentarlo.
No voy a hablarte de tus sentimientos. Esos los conoces tú mejor que nadie. Es verdad que me cuesta entenderlos. Yo no siento apego por las mismas cosas que tú; yo no me siento orgulloso por haber nacido donde lo he hecho, ni tampoco me siento parte de ningún ente mayor. Incluso me he callado lo que pensaba cada vez que te veía henchido por ello. Que no lo entienda... que hasta me resulte ridículo, no significa que no te respete. Eres mi amigo por encima de todo.
Así que, hablemos del origen de nuestro distanciamiento. Hace ya bastante de eso, ¿te acuerdas? Siempre has pensado que no eras igual que los demás. Quizás te pensabas mejor que el resto, no lo sé. El caso es que no querías que se aprovechasen de ti, de tu trabajo y tu talento. Perfectamente comprensible. Sin embargo, desde el principio acordamos entre nosotros que nos íbamos a ayudar cuando hiciera falta; que todos estábamos al mismo nivel; que íbamos a cuidar los unos de los otros. Esas eran las bases de nuestro grupo y nuestra amistad.
Decidiste que eso debía cambiar, que había que poner coto. Las condiciones que pusiste no me parecieron descabelladas, pero levantaron polvareda en el grupo. Con buen juicio, algunos dijeron que no podías imponer los cambios por tu cuenta. Evidentemente, si a ti se te permitían ciertos privilegios, otros no tardarían en reclamarlos. Si cambiábamos los términos de nuestra amistad, debíamos cambiarlos para todos por igual.
Podríamos haber llegado a un consenso, claro que sí. Solo había que tener un poco de paciencia. No obstante, a ti no te sentó nada bien la negativa. Te empeñaste en mantener tu posición contra viento y marea. Hablabas de negociarlo, pero nos chantajeabas con romper la baraja al mismo tiempo. No puedes culparnos de que eso no nos sentase bien. Nosotros acordamos que lo mejor era no ceder hasta que abandonases esa obstinación, pero tú seguiste adelante.
El más perjudicado de todos ha sido tu hermano gemelo, Carles. Él no quería separarse de nosotros. Siempre hemos estado juntos y somos buenos amigos. Pero tampoco quería decirte nada. Lo último que deseaba era que te enfadaras con él también. Sois de la misma sangre y verse obligado a elegir lo ha destrozado por dentro. No alcanzo a imaginarme las veces que habrá llorado a escondidas. Venía a verme en secreto, a pedirme que hablara contigo y lo arregláramos. Yo le decía que estuviera tranquilo, que seguro que todo se solucionaría tarde o temprano. Qué equivocado estaba...
Hace poco él nos avisó de que pretendías jugarte con él a cara o cruz lo que haríais a partir de ahora. Si ganabas tú, enterrarías definitivamente nuestra amistad contigo y con él; si ganaba él, permanecerías con nosotros, aunque fuera a regañadientes. No podía creerlo. No podía creer que hubieras llegado hasta ese punto. Lo hablamos y, con todo el dolor de nuestro corazón, decidimos que había llegado el momento de pararte los pies. Habías estado siete años ignorando las reglas que un día fijamos, pero ya no podía seguir así. Te apreciamos demasiado como para dejar que hicieras esa tontería.
No me siento orgulloso de lo que pasó. Hiciste caso omiso y continuaste con tus planes. No quisiste escucharnos ni a nosotros, ni a Carles. ¿Viste su cara mientras discutíamos? No, claro que no. Y si la viste, luego lo miraste con asco y resentimiento. Seguramente fue ese el detonante. NO atendías a razones; no querías sentarte a hablarlo; no ibas a renunciar a ninguna de tus aspiraciones. Pero, sobre todo, no parecía importarte lo más mínimo lo que sufriera Carles. Llegamos a las manos. Quizás fui más contundente de lo necesario, lo admito. Pero estaba tan harto de todo... ¿Por qué no podíamos llevarnos tan bien como antes? ¿Por qué tanto resentimiento? ¿Qué ganábamos con eso? Nada en absoluto.
Ahora tú estás con el ojo amoratado y el labio roto, y te salen espumarajos por la boca cada vez que me ves. Carles está más asustado que nunca y yo mantengo el semblante serio, impasible, aunque a veces se me escapa una lágrima. ¿Qué sentido tiene todo esto? Hemos tocado fondo, amigo... porque yo todavía te considero mi amigo.
En fin, quiero que sepas que siempre supe que no estabas a gusto con la forma de nuestra amistad. Pero también que tu actitud no me dejó otra alternativa que enrocarme. No por ti, sino por lo que vendría después de ti. Puede que ya sea demasiado tarde para arreglar las cosas, no lo sé. Pero me parece que debíamos intentar que Carles no sufriera más. Si tú no quieres juntarte más con nosotros, permite que al menos él lo pueda hacer sin miedo, sin sentir tu odio por ello. Y si todavía quieres ser nuestro amigo, por favor, deja esa postura absoluta del todo o nada. Quizá no transijamos con todo lo que pidas, pero estoy seguro de que accederemos de buen grado a darte lo que podamos para que te sientas bien entre nosotros. Todavía somos amigos. Eso es más fuerte que nada.
Te deseo una pronta recuperación. Espero tu respuesta.
Con cariño:
Javier
Ojalá Jordi lo lea, es un alegato a favor de la cordura y el diálogo que no debería pasar desapercibido.
ResponderEliminar