Este es el tercer relato que he escrito para las clases. En esta ocasión, el profesor nos planteó una situación curiosa: una mujer necesitada de dinero superaba un casting para grabar porno. Mientras esperaba en una sala, se encontraba con el hombre con el que iba a grabar, un tipo experimentado. Ya veréis que yo le he dado una pequeña vuelta de tuerca. El objetivo era practicar los diálogos, que son la cosa más difícil para la mayoría de escritores.
Como nota adicional, me lo pasé muy bien escuchando los relatos de mis compañeros. La ambientación daba pie a muchas cosas graciosas y la verdad es que no decepcionaron. En fin, ¡espero que os guste! ¡Espero vuestras opiniones!
—¿Puedo ayudarte?
Luis se sobresaltó y se giró de golpe. Se encontró a una mujer castaña ataviada con una bata de seda traslúcida. Ella lo miraba con extrañeza. ¿Le habría visto golpear la expendedora¿
—Sí, por favor —accedió, vacilante.
—Eres nuevo por aquí, ¿verdad? —repuso, adelantándose a él—. No te había visto nunca.
—Sí, soy Luis —confirmó con voz queda, enrojeciendo un poco.
—Yo soy Mónica. Un placer conocerte.
No pudo evitar fijarse en el cuerpo que se insinuaba bajo la seda. A pesar de que debía de rondar los treinta y muchos, estaba buenísima. El nerviosismo empezaba a dar paso a una excitación creciente.
—¿Corto o largo? —le preguntó Mónica.
—¿Perdón? —titubeó.
—El café. ¿Cómo lo quieres? —aclaró, aunque echó un vistazo ahí abajo con la excusa. Se le dibujó una sonrisa que no supo cómo interpretar.
—¡Ah! Manchado, por favor. —Desvió la mirada al suelo y sintió el rubor en sus mejillas. Eso solo logró que se fijara en las piernas estilizadas de Mónica—. Tú… ¿Tú llevas mucho por aquí? —se atrevió a preguntar para romper el silencio.
—Sí, tres años más o menos. —Se giró y le tendió el vaso—. Antes trabajaba de contable, pero con la crisis… la gente dejó de necesitarnos. —Se encogió de hombros—. La verdad es que no me arrepiento. Ahora cobro más y disfruto de mi trabajo. —Esbozó una sonrisa coqueta—. ¿Qué hay de ti?
—¡Oh! Pues… —Dio un trago al café para humedecerse los labios y la garganta—. Más o menos lo mismo. Terminé la carrera hace poco, pero no hay manera de encontrar trabajo. —Caminó despacio hacia uno de los sofás y se dejó caer. Parecía que las piernas no tenían fuerza para sostenerlo—. No estoy seguro de esto, la verdad…
—Creo que nadie está demasiado seguro al principio —convino Mónica, sentándose con naturalidad a su lado—. Piensas en que todo el mundo va a verte; que te van a señalar por la calle y van a cuchichear mil cosas a tu espalda. —Le dedicó una sonrisa cómplice—. No te preocupes por eso. Nadie admite abiertamente que ve estas cosas. Si hablaran demasiado de ti…
—¿De veras? No lo había pensado de esa forma. —Dio otro trago al café y se quedó mirando las musarañas.
—Yo tenía marido, ¿sabes? Es decir, lo sigo teniendo. Todavía no me ha dicho nada, aunque estoy segura de que ya lo sabe. Sabe que si me lo recrimina, yo haré lo mismo por estimularse con otras mujeres. Así que se lo guarda en silencio el pobre. —Ella también bebió—. Además, yo creo que le pone un poco verme follar con otros tíos.
—¿En serio? Eso sí que me resulta increíble. Creo que si se enterase mi novia, me mataría.
—Casi seguro. Aunque… nunca se sabe.
Se hizo el silencio. No era incómodo como antes. Esta vez Luis estaba más calmado. Distraído en darle vueltas a lo que Mónica acababa de contarle, sus preocupaciones habían pasado a un segundo plano. Su fantasía empezaba a tomar el control. Se imaginaba a Raquel muy enfadada al principio, gritando y rompiendo cosas. No obstante, después de un tiempo, se calmaba, empezaba a sentir el morbo de la situación y acababa cabalgándole como una leona.
—Bueno, cielo, nos vemos dentro de diez minutos. Espero que merezca la pena… —se despidió Mónica, plantándole un beso en la mejilla.
Desenvuelta, se marchó contoneando la cadera de forma hipnótica. Luis se quedó con la boca abierta y por poco se le cae el café. No había pensado que fuese ella precisamente la persona con la que grabaría la escena.
Como nota adicional, me lo pasé muy bien escuchando los relatos de mis compañeros. La ambientación daba pie a muchas cosas graciosas y la verdad es que no decepcionaron. En fin, ¡espero que os guste! ¡Espero vuestras opiniones!
Largo o corto
La maldita máquina no quería funcionar. Luis la golpeó con el ceño fruncido. Estaba nervioso y necesitaba un café. Esperar a solas en aquella sala con sofás de escay era una tortura.—¿Puedo ayudarte?
Luis se sobresaltó y se giró de golpe. Se encontró a una mujer castaña ataviada con una bata de seda traslúcida. Ella lo miraba con extrañeza. ¿Le habría visto golpear la expendedora¿
—Sí, por favor —accedió, vacilante.
—Eres nuevo por aquí, ¿verdad? —repuso, adelantándose a él—. No te había visto nunca.
—Sí, soy Luis —confirmó con voz queda, enrojeciendo un poco.
—Yo soy Mónica. Un placer conocerte.
No pudo evitar fijarse en el cuerpo que se insinuaba bajo la seda. A pesar de que debía de rondar los treinta y muchos, estaba buenísima. El nerviosismo empezaba a dar paso a una excitación creciente.
—¿Corto o largo? —le preguntó Mónica.
—¿Perdón? —titubeó.
—El café. ¿Cómo lo quieres? —aclaró, aunque echó un vistazo ahí abajo con la excusa. Se le dibujó una sonrisa que no supo cómo interpretar.
—¡Ah! Manchado, por favor. —Desvió la mirada al suelo y sintió el rubor en sus mejillas. Eso solo logró que se fijara en las piernas estilizadas de Mónica—. Tú… ¿Tú llevas mucho por aquí? —se atrevió a preguntar para romper el silencio.
—Sí, tres años más o menos. —Se giró y le tendió el vaso—. Antes trabajaba de contable, pero con la crisis… la gente dejó de necesitarnos. —Se encogió de hombros—. La verdad es que no me arrepiento. Ahora cobro más y disfruto de mi trabajo. —Esbozó una sonrisa coqueta—. ¿Qué hay de ti?
—¡Oh! Pues… —Dio un trago al café para humedecerse los labios y la garganta—. Más o menos lo mismo. Terminé la carrera hace poco, pero no hay manera de encontrar trabajo. —Caminó despacio hacia uno de los sofás y se dejó caer. Parecía que las piernas no tenían fuerza para sostenerlo—. No estoy seguro de esto, la verdad…
—Creo que nadie está demasiado seguro al principio —convino Mónica, sentándose con naturalidad a su lado—. Piensas en que todo el mundo va a verte; que te van a señalar por la calle y van a cuchichear mil cosas a tu espalda. —Le dedicó una sonrisa cómplice—. No te preocupes por eso. Nadie admite abiertamente que ve estas cosas. Si hablaran demasiado de ti…
—¿De veras? No lo había pensado de esa forma. —Dio otro trago al café y se quedó mirando las musarañas.
—Yo tenía marido, ¿sabes? Es decir, lo sigo teniendo. Todavía no me ha dicho nada, aunque estoy segura de que ya lo sabe. Sabe que si me lo recrimina, yo haré lo mismo por estimularse con otras mujeres. Así que se lo guarda en silencio el pobre. —Ella también bebió—. Además, yo creo que le pone un poco verme follar con otros tíos.
—¿En serio? Eso sí que me resulta increíble. Creo que si se enterase mi novia, me mataría.
—Casi seguro. Aunque… nunca se sabe.
Se hizo el silencio. No era incómodo como antes. Esta vez Luis estaba más calmado. Distraído en darle vueltas a lo que Mónica acababa de contarle, sus preocupaciones habían pasado a un segundo plano. Su fantasía empezaba a tomar el control. Se imaginaba a Raquel muy enfadada al principio, gritando y rompiendo cosas. No obstante, después de un tiempo, se calmaba, empezaba a sentir el morbo de la situación y acababa cabalgándole como una leona.
—Bueno, cielo, nos vemos dentro de diez minutos. Espero que merezca la pena… —se despidió Mónica, plantándole un beso en la mejilla.
Desenvuelta, se marchó contoneando la cadera de forma hipnótica. Luis se quedó con la boca abierta y por poco se le cae el café. No había pensado que fuese ella precisamente la persona con la que grabaría la escena.
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