Vuelve Nick, vuestro vampiro favorito, con sus locas aventuras. Este es un relato que escribí hace ya bastante tiempo. Es un poco inconexo con lo que os he compartido hasta ahora. Para entenderlo solo tenéis que saber que una familia mafiosa con relaciones vampíricas le anda buscando y él se ha refugiado en el apartamento de una agente de la interpol. ¿Podrá salir de esta con su ayuda? Espero que os guste.
Nick se frotó los ojos después de un buen rato revisando los incontables documentos que acumulaba la agente Sandell acerca de la familia Zantosa en su casa. Se hizo un poco de daño con las lentillas, pero agradeció no seguir vivo. Las molestias físicas eran menos perturbadoras desde que su corazón había dejado de latir. Sin embargo, llevaba ya un par de horas allí, ojeando la información que había puesto a su disposición, y la quemadura de la espalda no dejaba de incordiar, forzándole a cambiar de postura una y otra vez. Por lo menos había podido regenerar totalmente los daños que aquel recién abrazado en frenesí de Viazzi le había causado en el vientre de un mordisco. Ya no tenía esa extraña sensación de vacío en el estómago, como si se le fueran a salir los intestinos en cualquier momento.
Se relajó y se estiró un poco, costumbre que todavía no había conseguido erradicar de sus días mortales. Los vástagos no tenían los inconvenientes típicos de una persona viva al estar durante mucho tiempo en una misma posición, pero tampoco es que él fuera lo suficientemente estoico como para leer durante mucho tiempo sin tomarse un descanso. Miró en torno a sí, redescubriendo la aséptica decoración del apartamento. Era funcional, sí, pues casi todo el espacio estaba consagrado a las incontables cajas llenas de folios con la vida y milagros de Arno Zantosa. Pero no podía decirse que fuese un lugar acogedor. O bien la atractiva agente Sandell tenía un gusto horrible, o bien se trataba de un lugar de trabajo. Sí, debía ser lo segundo. Siendo agente de la Interpol, seguro que se desplazaba de un lugar a otro y, en resumidas cuentas, no tenía un sitio al que llamar hogar propiamente dicho… al menos ahora.
Aquel era otro misterio que quizás le revelara cuando todo acabase. ¿Qué era ella? Según lo que decía, no podía ser un vástago, pero tenía suficiente edad como para haber acumulado ciento cincuenta años de investigaciones en torno al linaje de los Zantosa. Y tampoco sabía cosas sobre la estirpe que un ghoul tan antiguo habría sabido. He ahí la cuestión: ¿qué era ella? No podía ser alguien mundano. El problema residía en que desde la visita que Joanne y él habían hecho al entrañable August Fermi, la infinidad de posibilidades que se abrían ante él resultaban abrumadoras. ¿Demonio? ¿Hada? ¿Ángel? ¿Elfa? Quién sabía lo que podía ser. Nick no tenía nociones suficientes para dirimir entre una u otra opción, a pesar de lo cual, no podía dejar de darle vueltas en la cabeza.
¿Y qué sabía sobre ella? No demasiado, la verdad. Tenía los ojos grandes, oscuros y muy vivos, aunque no creía que eso fuese muy relevante. Le gustaba cantar y lo hacía bien, pero eso tampoco resultaba significativo. En cambio, sí que había dejado algunos trazos de rasgos interesantes: tenía un buen olfato, sobrehumano, pues no había dejado de reprocharle el hedor a sangre desde que se habían encontrado en el local; parecía que tenía alguna capacidad especial para relacionarse con entidades del otro mundo, o quién sabe qué clase de brujería, y además, podía ingerir una gran cantidad de dulces y toda clase de comida con gran cantidad de contenido calórico sin engordar. ¿Mantendría su figura fija o tendría un metabolismo muy acelerado? Demasiados interrogantes; demasiadas preguntas que sólo llevaban a más preguntas.
Toda la inquietud tenía su origen y su solución al otro lado de la puerta del dormitorio, donde la encantadora agente Sandell dormía ajena al remolino de incógnitas que se agolpaban en su mente. «Bueno, no tan ajena» —se recordó—. «Fue ella la que no quiso decirme qué era.»
Después de un pequeño descanso, Nick continuó revisando los documentos escritos con la inconfundible letra de imprenta de una máquina de escribir. Cuando el amanecer se acercaba, volvió a guardar todo en su sitio y escribió una nota para Anette:
«Hoy dormiré en otra parte.
No te preocupes.
Volveré por la noche.
Mark Baker»
Se marchó y puso rumbo a la Torre Leblanc, donde su sire le había ofrecido dormir aquella noche, o más bien ordenado. No sabía muy bien cómo considerarlo. En cualquier caso, prefería no disgustarle después de lo preocupada que se había mostrado aquella noche. Por el camino, se le ocurrió una idea. Cogió el móvil y le envió un mensaje a Alice para que lo viera cuando se despertara:
«Compra unos pastelitos de nata y déjalos en casa.»
Agent Who?
Piso franco de Anette Sandell, 2:37 a.m.Nick se frotó los ojos después de un buen rato revisando los incontables documentos que acumulaba la agente Sandell acerca de la familia Zantosa en su casa. Se hizo un poco de daño con las lentillas, pero agradeció no seguir vivo. Las molestias físicas eran menos perturbadoras desde que su corazón había dejado de latir. Sin embargo, llevaba ya un par de horas allí, ojeando la información que había puesto a su disposición, y la quemadura de la espalda no dejaba de incordiar, forzándole a cambiar de postura una y otra vez. Por lo menos había podido regenerar totalmente los daños que aquel recién abrazado en frenesí de Viazzi le había causado en el vientre de un mordisco. Ya no tenía esa extraña sensación de vacío en el estómago, como si se le fueran a salir los intestinos en cualquier momento.
Se relajó y se estiró un poco, costumbre que todavía no había conseguido erradicar de sus días mortales. Los vástagos no tenían los inconvenientes típicos de una persona viva al estar durante mucho tiempo en una misma posición, pero tampoco es que él fuera lo suficientemente estoico como para leer durante mucho tiempo sin tomarse un descanso. Miró en torno a sí, redescubriendo la aséptica decoración del apartamento. Era funcional, sí, pues casi todo el espacio estaba consagrado a las incontables cajas llenas de folios con la vida y milagros de Arno Zantosa. Pero no podía decirse que fuese un lugar acogedor. O bien la atractiva agente Sandell tenía un gusto horrible, o bien se trataba de un lugar de trabajo. Sí, debía ser lo segundo. Siendo agente de la Interpol, seguro que se desplazaba de un lugar a otro y, en resumidas cuentas, no tenía un sitio al que llamar hogar propiamente dicho… al menos ahora.
Aquel era otro misterio que quizás le revelara cuando todo acabase. ¿Qué era ella? Según lo que decía, no podía ser un vástago, pero tenía suficiente edad como para haber acumulado ciento cincuenta años de investigaciones en torno al linaje de los Zantosa. Y tampoco sabía cosas sobre la estirpe que un ghoul tan antiguo habría sabido. He ahí la cuestión: ¿qué era ella? No podía ser alguien mundano. El problema residía en que desde la visita que Joanne y él habían hecho al entrañable August Fermi, la infinidad de posibilidades que se abrían ante él resultaban abrumadoras. ¿Demonio? ¿Hada? ¿Ángel? ¿Elfa? Quién sabía lo que podía ser. Nick no tenía nociones suficientes para dirimir entre una u otra opción, a pesar de lo cual, no podía dejar de darle vueltas en la cabeza.
¿Y qué sabía sobre ella? No demasiado, la verdad. Tenía los ojos grandes, oscuros y muy vivos, aunque no creía que eso fuese muy relevante. Le gustaba cantar y lo hacía bien, pero eso tampoco resultaba significativo. En cambio, sí que había dejado algunos trazos de rasgos interesantes: tenía un buen olfato, sobrehumano, pues no había dejado de reprocharle el hedor a sangre desde que se habían encontrado en el local; parecía que tenía alguna capacidad especial para relacionarse con entidades del otro mundo, o quién sabe qué clase de brujería, y además, podía ingerir una gran cantidad de dulces y toda clase de comida con gran cantidad de contenido calórico sin engordar. ¿Mantendría su figura fija o tendría un metabolismo muy acelerado? Demasiados interrogantes; demasiadas preguntas que sólo llevaban a más preguntas.
Toda la inquietud tenía su origen y su solución al otro lado de la puerta del dormitorio, donde la encantadora agente Sandell dormía ajena al remolino de incógnitas que se agolpaban en su mente. «Bueno, no tan ajena» —se recordó—. «Fue ella la que no quiso decirme qué era.»
Después de un pequeño descanso, Nick continuó revisando los documentos escritos con la inconfundible letra de imprenta de una máquina de escribir. Cuando el amanecer se acercaba, volvió a guardar todo en su sitio y escribió una nota para Anette:
«Hoy dormiré en otra parte.
No te preocupes.
Volveré por la noche.
Mark Baker»
Se marchó y puso rumbo a la Torre Leblanc, donde su sire le había ofrecido dormir aquella noche, o más bien ordenado. No sabía muy bien cómo considerarlo. En cualquier caso, prefería no disgustarle después de lo preocupada que se había mostrado aquella noche. Por el camino, se le ocurrió una idea. Cogió el móvil y le envió un mensaje a Alice para que lo viera cuando se despertara:
«Compra unos pastelitos de nata y déjalos en casa.»
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