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La mirada aséptica

David nos encargó esta vez un relato para el que teníamos que inspirarnos en un par de cuadros de Edward Hopper. No cayó en la cuenta de que yo no los vería, pero bueno, esto es algo que le pasa a mucha gente, incluso la que me conoce desde hace años y tiene más confianza. Así que, decidí darle la vuelta a la tortilla. ¿Era necesario plasmar lo que me transmitían los cuadros o podía plasmar lo que me había transmitido la tarea en sí? Ese fue el germen de este micro, en el que trato el asunto con un poco de sorna. ¡Espero que lo disfrutéis!

La mirada aséptica

El arte era la vida para Edward. Me fascinaban sus gestos y sus muecas cuando se hallaba frente a un cuadro, el brillo de sus ojos… La pasión que desprendía daba movimiento y sentimiento a la obra ante mi mirada aséptica. Yo sonreía mientras él absorbía la esencia del cuadro a través de las manos. Palpaba cada centímetro de la superficie áspera, dibujando él mismo lo que veía como un aprendiz del maestro.

Tal vez era esa capacidad de ver lo invisible lo que me había enamorado de él. Yo era un lago en calma y Edward un torrente vivo, siempre cambiante. Me encantaba su forma de disfrutarla, aunque a veces me preocupaban los cauces por los que discurría su amor por la pintura.

—Es hora de irnos, Eddy —le dije. El reloj marcaba las tres menos diez—. El museo está a punto de cerrar.

—Sí, tienes razón, Steve. —Sus manos se desprendieron de la pared vacía con abatimiento—. Ojalá estuviera abierto las veinticuatro horas para mí… —Lo arropé con el brazo y tiré de él hacia la realidad.

—Créeme, no sería bueno…

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