Hace un par de semanas, antes del puente, David nos encargó como tarea la redacción de una columna de opinión. Por supuesto, no pretendía que dedicásemos nuestra pluma sólo a expresar nuestras ideas sobre un tema (fuese real o ficticio). Quería que aplicásemos la literatura. Es curioso, pero creo que tiene razón en una cosa: si los periodistas hicieran lo mismo en general, quizás la gente tendría más interés por algunos asuntos.
Advertencia: En este trabajo se expresa una opinión deportiva. Si te gusta el fútbol y eres culé, igual no te gusta demasiado. Eso sí, espero que disfrutes de todas formas con los recursos literarios (David fue capaz, muy a su pesar).
Solo un año más tarde, con un desquiciado Rafa Benítez de por medio, Zidane recogía los despojos del equipo que fue y lo alzaba a la gloria por dos veces: una en Milán y otra en Cardiff. La segunda fue acompañada de una liga.
Avanzaba así el Real Madrid imparable hacia el grabado del mito en la memoria colectiva. Destrozaba en agosto a dos colosos como Manchester United y Barça. Nada podía salir mal…
Antes de las Navidades de 2017, el proyecto estaba roto. El equipo caía derrotado en el Santiago Bernabéu ante un Barça que fue superior una vez se le agotó la gasolina a los blancos. Sin opciones en liga, la fortuna había dictado un emparejamiento con el PSG de Neimar en Champions. Los parisinos apabullaban en Europa como no lo hicieran desde Louis XIV. Nadie apostaba un euro por el conjunto merengue.
Llegó el día. El jeque capituló en Madrid y París. La apuesta por los jóvenes talentos frente a los petrodólares y la siempre presente casta del Real rompieron todos los pronósticos.
Espejismos. El PSG es una banda, dijeron algunos. La Juventus se interponía ahora como la muralla infranqueable. Un rival que había pugnado la temporada anterior por ganar la copa y que gozaba de la veteranía italiana. Donde todos veían obstáculos, Cristiano abrió las alas, ascendió al cielo de Turín y enganchó una chilena antológica. El estadio entero se rindió a sus pies. El fénix blanco había resurgido de sus cenizas una vez más.
Una semana después vino un gran susto. Veinticuatro horas antes el Barça caía otro año más en cuartos frente a la Roma. La tragedia rondó también el Bernabéu. Pero ni el Madrid es el Barça, ni el Barça el Madrid.
Con una liga finiquitada desde enero, el conjunto blaugrana era una apuesta segura en Europa. Messi seguía reinando, Suárez había vuelto a la senda del gol, Iniesta vivía una nueva juventud… Nada de eso sirvió en los tres últimos años ni tiene visos de servir.
Sí, en el campeonato doméstico, el Barça es capaz de arrasar. Devora a sus rivales sin oposición. En cambio, cuando sale ahí fuera y se enfrenta al mundo, el mundo tiende a darle una dosis de realismo cruel.
Al contrario que el Real Madrid, que nunca fue dragón, sino fénix incombustible, el Barça sí lo es. Messi es su colmillo más afilado e Iniesta su fuego. Sin embargo, el fuego acaba de hacerse humo y la mandíbula no es tan poderosa como antaño. El Barça, hoy por hoy, es un dragón moribundo. Está tendido en un cementerio plagado de osamentas titánicas, dando sus últimos coletazos antes de perecer.
Pero un dragón es siempre un dragón. Los cervatillos y las reses que campan por la pradera española son presas suculentas. Nunca podrán hacerle frente a este monstruo voraz. No obstante,, las hidras, las mantícoras y demás criaturas que vagan sedientas de sangre por el continente, ya huelen la vejez y la impotencia.
Lejos queda aquel sueño tan irreal como presumido de la gloriosa Masía. Indudable es que dio una época de extraordinarios jugadores. Igual de obvio era que ese tipo de cosas pasan una vez en la vida. Aun así, muchos se empeñaron en apostarlo todo por la cantera. Cuando la cantera les defraudó, corrieron raudos a comprar a precio de oro. La traición de Neimar solo fue una lanzada más en el vientre de este dragón malherido. Las frágiles vendas que se pusieron no han podido contener la sangre.
Pase lo que pase mañana, en la vuelta de las semis, del Real Madrid solo cabe hacerse una pregunta: ¿cuándo resurgirá de las cenizas y volverá a arder más brillante y más alto que ninguno? Del Barça, por el contrario, solo se espera conocer la hora de la defunción.
Advertencia: En este trabajo se expresa una opinión deportiva. Si te gusta el fútbol y eres culé, igual no te gusta demasiado. Eso sí, espero que disfrutes de todas formas con los recursos literarios (David fue capaz, muy a su pesar).
Fénix contra dragón
Lisboa, 2014, minuto 93. Sergio Ramos vuela cuando ya todo parecía perdido para cabecear el centro de Luca Modric al fondo de las mallas. Era la tan ansiada «Décima». Se había demorado más de una década. Ese mismo verano, el Real Madrid presentaba un dragón japonés en la nueva equipación. Debía traerle fuerza y velocidad, pero solo trajo la caída de Ancelotti.Solo un año más tarde, con un desquiciado Rafa Benítez de por medio, Zidane recogía los despojos del equipo que fue y lo alzaba a la gloria por dos veces: una en Milán y otra en Cardiff. La segunda fue acompañada de una liga.
Avanzaba así el Real Madrid imparable hacia el grabado del mito en la memoria colectiva. Destrozaba en agosto a dos colosos como Manchester United y Barça. Nada podía salir mal…
Antes de las Navidades de 2017, el proyecto estaba roto. El equipo caía derrotado en el Santiago Bernabéu ante un Barça que fue superior una vez se le agotó la gasolina a los blancos. Sin opciones en liga, la fortuna había dictado un emparejamiento con el PSG de Neimar en Champions. Los parisinos apabullaban en Europa como no lo hicieran desde Louis XIV. Nadie apostaba un euro por el conjunto merengue.
Llegó el día. El jeque capituló en Madrid y París. La apuesta por los jóvenes talentos frente a los petrodólares y la siempre presente casta del Real rompieron todos los pronósticos.
Espejismos. El PSG es una banda, dijeron algunos. La Juventus se interponía ahora como la muralla infranqueable. Un rival que había pugnado la temporada anterior por ganar la copa y que gozaba de la veteranía italiana. Donde todos veían obstáculos, Cristiano abrió las alas, ascendió al cielo de Turín y enganchó una chilena antológica. El estadio entero se rindió a sus pies. El fénix blanco había resurgido de sus cenizas una vez más.
Una semana después vino un gran susto. Veinticuatro horas antes el Barça caía otro año más en cuartos frente a la Roma. La tragedia rondó también el Bernabéu. Pero ni el Madrid es el Barça, ni el Barça el Madrid.
Con una liga finiquitada desde enero, el conjunto blaugrana era una apuesta segura en Europa. Messi seguía reinando, Suárez había vuelto a la senda del gol, Iniesta vivía una nueva juventud… Nada de eso sirvió en los tres últimos años ni tiene visos de servir.
Sí, en el campeonato doméstico, el Barça es capaz de arrasar. Devora a sus rivales sin oposición. En cambio, cuando sale ahí fuera y se enfrenta al mundo, el mundo tiende a darle una dosis de realismo cruel.
Al contrario que el Real Madrid, que nunca fue dragón, sino fénix incombustible, el Barça sí lo es. Messi es su colmillo más afilado e Iniesta su fuego. Sin embargo, el fuego acaba de hacerse humo y la mandíbula no es tan poderosa como antaño. El Barça, hoy por hoy, es un dragón moribundo. Está tendido en un cementerio plagado de osamentas titánicas, dando sus últimos coletazos antes de perecer.
Pero un dragón es siempre un dragón. Los cervatillos y las reses que campan por la pradera española son presas suculentas. Nunca podrán hacerle frente a este monstruo voraz. No obstante,, las hidras, las mantícoras y demás criaturas que vagan sedientas de sangre por el continente, ya huelen la vejez y la impotencia.
Lejos queda aquel sueño tan irreal como presumido de la gloriosa Masía. Indudable es que dio una época de extraordinarios jugadores. Igual de obvio era que ese tipo de cosas pasan una vez en la vida. Aun así, muchos se empeñaron en apostarlo todo por la cantera. Cuando la cantera les defraudó, corrieron raudos a comprar a precio de oro. La traición de Neimar solo fue una lanzada más en el vientre de este dragón malherido. Las frágiles vendas que se pusieron no han podido contener la sangre.
Pase lo que pase mañana, en la vuelta de las semis, del Real Madrid solo cabe hacerse una pregunta: ¿cuándo resurgirá de las cenizas y volverá a arder más brillante y más alto que ninguno? Del Barça, por el contrario, solo se espera conocer la hora de la defunción.
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