Esta semana os compartía en las redes el último artículo de David Vicente en Zenda, El emperador va desnudo. En él, el escritor hacía una crítica sobre la gente que aspira a publicar sin haberse formado, leído, lo suficiente para que sus textos alcancen una calidad aceptable. Las editoriales se ven en el compromiso de responder con "respeto" a estas personas y achacan el rechazo a "intereses editoriales". Hoy me despertaba con un artículo de Javier Rodríguez, entrañable librero sin pelos en la lengua, en el que nos narraba una esperpéntica visita de un autor autoeditado.
Sí, yo también recurrí a la autoedición con mi primera publicación. Me creí todo eso de que, por muy buena que sea tu novela, nadie va a publicar a un autor novel. ¿Y cómo no iba a creérmelo? Mis amigos me decían que les encantaba, la editorial de autopublicación me aseguró que no necesitaba ninguna corrección... ¿El resultado? 300 ejemplares que hoy sé plagados de errores y de los cuales he logrado vender apenas la mitad gracias a que tengo una familia muy grande. Eso y 3000 € menos en el bolsillo.
No digo que no haya que autoeditar. Eres libre de hacerlo si quieres. Solo ten en cuenta que el cliente siempre tiene la razón. Y en un negocio en el que la persona que asume el riesgo es el autor, no la editorial, ten por seguro que no te van a poner demasiadas pegas. Las justas y necesarias, como que la ortografía y la gramática esté más o menos decente. Pero eso no es literatura, es lengua castellana.
Por supuesto, también puedes recurrir a plataformas de autoedición online y físicas por demanda, como las que ofrece Kindle Direct Publishing. Tras una revisión por parte de algunos conocidos de confianza, estamos listos para publicar nuestro texto de forma gratuita. Cero riesgo para nosotros. Salvo por el hecho de que, una vez leído, nunca vuelvan a tomarnos en serio como escritores.
Hace poco me pasaban un libro publicado de esta manera. Le eché un vistazo gracias a la opción de vista previa que ofrece Amazon para los libros digitales. Con un par de capítulos me fue suficiente para darme cuenta de que no merecía la pena pagar por aquello, mucho menos cuando por el mismo precio podía disfrutar de obras maestras. Le coloqué una valoración de 2 sobre 5 porque, al fin y al cabo, he leído cosas peores convertidas en best seller.
Esta valoración me condujo a un debate intenso con la persona que me lo había recomendado. A ella le parecía que el esfuerzo que había realizado la autora merecía ser recompensado con una reseña positiva y buenas palabras. Pero, ¿de qué sirve esto? ¿No es la misma trampa de la respuesta "respetuosa" de las editoriales? Os aseguro que me hubiera gustado que la gente hubiera criticado ferozmente mi novela autoeditada, que no me hubieran dejado publicar algo con un sin fin de errores. En aquel momento me sentí muy lleno al creer que daba el primer paso por el camino de la gloria literaria. Hoy sé que acababa de meter el pie en una ciénaga ponzoñosa.
Sí, soy despiadado, sádico y no tengo ninguna clase de empatía. Pero también soy honesto y tengo respeto por las personas. Tengo el valor de mirarles a la cara y decirles lo que hay, en vez de tratarlas como a niños y darles palmaditas condescendientes en la espalda. Porque sí, esta moda de no decirle a los demás que hacen las cosas mal, que así nunca van a llegar a cumplir con sus sueños, ¿sirve de algo más que para engañarlas? Si de verdad quieres a alguien, si de verdad lo aprecias, ¿no es mejor cogerle del brazo y tirar con todas tus fuerzas antes de que salte al vacío en busca del mundo del arcoiris?
No solo le hacemos un flaco favor a esa gente al mentirle, también a la literatura. Relatos que merecen la pena quedan sepultados en toneladas de basura. Lectores ávidos han de resignarse a ver reducidos los estándares de calidad. La visión crítica desaparece y todo vale, hasta el punto de que todo un premio Planeta asegure que lo importante para escribir un libro es una buena historia. Que no os engañen: lo más importante es la forma de contarla. Los chistes son siempre iguales, pero, por desgracia para mí, Dios no me ha dado la misma gracia para contarlos que a otros, y puedo aseguraros que se nota la diferencia. Por muy original que te parezca tu historia, ten en cuenta que hay muchos libros y seguro que alguien ya la ha contado, aunque tengas que cambiar magos por ángeles y un dragón por un demmonio.
Los escritores no somos niños. No queremos vuestra condescendencia. Queremos que nos critiquéis a muerte, que nos ayudéis a mejorar, porque de los errores se aprende. Y, si por un casual, te consideras escritor y prefieres vivir cómodo en la nube de la adulación... Bueno, igual no tienes lo que hace falta para triunfar en la literatura. Ni en la literatura, ni en ninguna otra cosa.
Sí, yo también recurrí a la autoedición con mi primera publicación. Me creí todo eso de que, por muy buena que sea tu novela, nadie va a publicar a un autor novel. ¿Y cómo no iba a creérmelo? Mis amigos me decían que les encantaba, la editorial de autopublicación me aseguró que no necesitaba ninguna corrección... ¿El resultado? 300 ejemplares que hoy sé plagados de errores y de los cuales he logrado vender apenas la mitad gracias a que tengo una familia muy grande. Eso y 3000 € menos en el bolsillo.
No digo que no haya que autoeditar. Eres libre de hacerlo si quieres. Solo ten en cuenta que el cliente siempre tiene la razón. Y en un negocio en el que la persona que asume el riesgo es el autor, no la editorial, ten por seguro que no te van a poner demasiadas pegas. Las justas y necesarias, como que la ortografía y la gramática esté más o menos decente. Pero eso no es literatura, es lengua castellana.
Por supuesto, también puedes recurrir a plataformas de autoedición online y físicas por demanda, como las que ofrece Kindle Direct Publishing. Tras una revisión por parte de algunos conocidos de confianza, estamos listos para publicar nuestro texto de forma gratuita. Cero riesgo para nosotros. Salvo por el hecho de que, una vez leído, nunca vuelvan a tomarnos en serio como escritores.
Hace poco me pasaban un libro publicado de esta manera. Le eché un vistazo gracias a la opción de vista previa que ofrece Amazon para los libros digitales. Con un par de capítulos me fue suficiente para darme cuenta de que no merecía la pena pagar por aquello, mucho menos cuando por el mismo precio podía disfrutar de obras maestras. Le coloqué una valoración de 2 sobre 5 porque, al fin y al cabo, he leído cosas peores convertidas en best seller.
Esta valoración me condujo a un debate intenso con la persona que me lo había recomendado. A ella le parecía que el esfuerzo que había realizado la autora merecía ser recompensado con una reseña positiva y buenas palabras. Pero, ¿de qué sirve esto? ¿No es la misma trampa de la respuesta "respetuosa" de las editoriales? Os aseguro que me hubiera gustado que la gente hubiera criticado ferozmente mi novela autoeditada, que no me hubieran dejado publicar algo con un sin fin de errores. En aquel momento me sentí muy lleno al creer que daba el primer paso por el camino de la gloria literaria. Hoy sé que acababa de meter el pie en una ciénaga ponzoñosa.
Sí, soy despiadado, sádico y no tengo ninguna clase de empatía. Pero también soy honesto y tengo respeto por las personas. Tengo el valor de mirarles a la cara y decirles lo que hay, en vez de tratarlas como a niños y darles palmaditas condescendientes en la espalda. Porque sí, esta moda de no decirle a los demás que hacen las cosas mal, que así nunca van a llegar a cumplir con sus sueños, ¿sirve de algo más que para engañarlas? Si de verdad quieres a alguien, si de verdad lo aprecias, ¿no es mejor cogerle del brazo y tirar con todas tus fuerzas antes de que salte al vacío en busca del mundo del arcoiris?
No solo le hacemos un flaco favor a esa gente al mentirle, también a la literatura. Relatos que merecen la pena quedan sepultados en toneladas de basura. Lectores ávidos han de resignarse a ver reducidos los estándares de calidad. La visión crítica desaparece y todo vale, hasta el punto de que todo un premio Planeta asegure que lo importante para escribir un libro es una buena historia. Que no os engañen: lo más importante es la forma de contarla. Los chistes son siempre iguales, pero, por desgracia para mí, Dios no me ha dado la misma gracia para contarlos que a otros, y puedo aseguraros que se nota la diferencia. Por muy original que te parezca tu historia, ten en cuenta que hay muchos libros y seguro que alguien ya la ha contado, aunque tengas que cambiar magos por ángeles y un dragón por un demmonio.
Los escritores no somos niños. No queremos vuestra condescendencia. Queremos que nos critiquéis a muerte, que nos ayudéis a mejorar, porque de los errores se aprende. Y, si por un casual, te consideras escritor y prefieres vivir cómodo en la nube de la adulación... Bueno, igual no tienes lo que hace falta para triunfar en la literatura. Ni en la literatura, ni en ninguna otra cosa.
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