Después de un tiempo sin ofreceros nada más sobre el adorable Nick Halden, ha llegado el momento de que sigais el transcurso de sus aventuras y su evolución. Este relato se sitúa con posterioridad a Flores de sangre. Tras la aventura vivida en las ruinas del castillo y haber encontrado una vampiresa en letargo en ellas, Nick la dejó con alguien que podría comprenderla y ayudarle a entender el mundo moderno. A la vuelta de ese viaje, es cuando se desarrollan estos acontecimientos.
Como siempre, espero vuestros comentarios para saber qué os ha parecido. Siempre ayuda ver vuestro interés. ¡Compartidlo con vuestros amigos lectores!
—Siempre… tendrás a alguien mientras yo esté aquí —dije al fin, después de buscar las palabras en aquel pozo insondable que eran mis sentimientos. No me gustaba expresarlos, compartirlos con los demás… Me hacía sentir vulnerable.
—¿Y tú, Nick? —replicó Alice, sin apartar la vista de la calzada—. ¿Cómo puedes saberlo? ¿Cómo puedes saber que hago las cosas por ti y no por el vínculo de sangre?
No esperaba en absoluto esa respuesta. Me quedé en blanco, descolocado, mirando a la mujer con sorpresa. ¿Es que no era así? Las dudas empezaron a enturbiarme la mente y todas las certezas que tenía hasta el momento, se vieron derrumbadas por un seísmo asolador. Había vuelto a abrir la puerta de mi corazón, si es que seguía teniéndolo en algún rincón de ese cuerpo frío, y una vez más, como ya me había ocurrido con Ada, habían metido la mano hasta el fondo, me lo habían estrujado y por poco no me lo habían arrancado del pecho. «Pensaba que había aprendido a mantener las distancias; pensaba que había aprendido a que no me hirieran…»
—La sangre lo estropea todo, Nick —apostilló, siendo la estaca que faltaba.
Me quedé en silencio, digiriendo todavía las crudas palabras de Alice. En realidad, no estaba diciendo que no tuvieran esa clase de vínculo entre amigos o algo más. Simplemente, estaba dejando ver que no podía saber si lo que sentía era fruto de la relación entre ambos o de la sangre que le proporcionaba.
Por eso, cuando detuvo la ambulancia negra frente a mi bloque y me mordí el brazo para dejarle beber, quién sabía si por última vez, la sensación general fue muy distinta al resto de ocasiones. Había imaginado una despedida más cálida, teniendo en cuenta que era Alice de quien hablaba, pero estaba siendo muy fría hasta para ella. Y no era por su culpa, en absoluto. Ella se comportaba tal y como solía. Era yo quien lo veía todo distinto ahora. Siempre había pensado que me apreciaba, que me estimaba de alguna manera, sobre todo después de conocer su pasado con Blatter. No obstante, ahora no sabía si ello se debía únicamente al líquido escarlata que me brotaba del antebrazo y se vertía a lo largo de su garganta.
Cuando subí a mi apartamento, todo estaba silencioso. En aquel momento, entendí con más claridad lo que Alice me había dicho sobre la cuadrilla: «Por lo menos, sabes que nunca estarás solo. Que siempre tendrás a alguien a quien recurrir.» Era lo que se suponía que debía ser una familia, aunque la mía no fuese el mejor ejemplo de ello. Podía achacar el distanciamiento con mis padres a la nueva naturaleza vampírica de mi ser, pero hubiera sido una excusa hipócrita por mi parte. Desde que abandoné la universidad para dedicarme a la estafa, las cosas habían ido mal. Aunque lo había hecho con la mejor intención hacia ellos, para que no gastaran el dinero en algo que sabía que no podía conseguir por puro aburrimiento, ellos no habían opinado igual. El hecho de que no tuviera un trabajo demasiado tradicional tampoco había ayudado. Obviamente, no sabían qué tipo de estafa perpetraba, pero opinaban que algunas de mis compañías no eran las mejores y que mi estilo de vida sibarita era un reflejo de mi vanidad y mi concupiscencia. No habían sido capaces de aceptarme tal y como era, y yo no había colaborado tampoco.
Mientras me cubría con las sábanas, pensé entonces en mi cuadrilla; en la pequeña Ivy, que a pesar de adoptar una apariencia tan intimidante, se me antojaba una chica simpática, un torbellino de sentimientos envuelto en un par de buenos puños; en Jared, que a pesar de habernos puesto en algún aprieto, se parecía un poco a mí, intentando mantener al grupo al margen de sus propios problemas, aunque las circunstancias se lo impidieran; en Joanne, esa diva estirada con unos ovarios de acero que se había escondido ante el frenesí de Ivy, pero había decidido acompañarnos a las ruinas del Natt Spegeln; y por último, en Kathleen. De ella todavía no tenía una opinión formada, pero de momento, era la líder del grupo y, dardos aparte, se había comportado como tal, aunque tenía la sensación de que no le hacía especial ilusión.
Hasta entonces, los había visto como extraños con los que me tocaba pasar el tiempo y compartir problemas. Sin embargo, algo en el fondo de mi corazón, ése que había vuelto a cerrar de golpe después de la bofetada emocional que me había propinado Alice, empezaba a verlos como a mis nuevos hermanos. Puede que no fueran los mejores y puede que tuviéramos nuestros roces, pero había una cosa cierta: tendríamos que compartir la eternidad juntos como cuadrilla. «Por lo menos, sabes que nunca estarás solo. Que siempre tendrás a alguien a quien recurrir.» Por primera vez en mucho tiempo, cerré los ojos pensando que al despertar, aunque no hubiera nadie físicamente a mi lado, no estaría solo…
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Siempre estarán ahí
—Siempre… tendrás a alguien mientras yo esté aquí —dije al fin, después de buscar las palabras en aquel pozo insondable que eran mis sentimientos. No me gustaba expresarlos, compartirlos con los demás… Me hacía sentir vulnerable.
—¿Y tú, Nick? —replicó Alice, sin apartar la vista de la calzada—. ¿Cómo puedes saberlo? ¿Cómo puedes saber que hago las cosas por ti y no por el vínculo de sangre?
No esperaba en absoluto esa respuesta. Me quedé en blanco, descolocado, mirando a la mujer con sorpresa. ¿Es que no era así? Las dudas empezaron a enturbiarme la mente y todas las certezas que tenía hasta el momento, se vieron derrumbadas por un seísmo asolador. Había vuelto a abrir la puerta de mi corazón, si es que seguía teniéndolo en algún rincón de ese cuerpo frío, y una vez más, como ya me había ocurrido con Ada, habían metido la mano hasta el fondo, me lo habían estrujado y por poco no me lo habían arrancado del pecho. «Pensaba que había aprendido a mantener las distancias; pensaba que había aprendido a que no me hirieran…»
—La sangre lo estropea todo, Nick —apostilló, siendo la estaca que faltaba.
Me quedé en silencio, digiriendo todavía las crudas palabras de Alice. En realidad, no estaba diciendo que no tuvieran esa clase de vínculo entre amigos o algo más. Simplemente, estaba dejando ver que no podía saber si lo que sentía era fruto de la relación entre ambos o de la sangre que le proporcionaba.
Por eso, cuando detuvo la ambulancia negra frente a mi bloque y me mordí el brazo para dejarle beber, quién sabía si por última vez, la sensación general fue muy distinta al resto de ocasiones. Había imaginado una despedida más cálida, teniendo en cuenta que era Alice de quien hablaba, pero estaba siendo muy fría hasta para ella. Y no era por su culpa, en absoluto. Ella se comportaba tal y como solía. Era yo quien lo veía todo distinto ahora. Siempre había pensado que me apreciaba, que me estimaba de alguna manera, sobre todo después de conocer su pasado con Blatter. No obstante, ahora no sabía si ello se debía únicamente al líquido escarlata que me brotaba del antebrazo y se vertía a lo largo de su garganta.
Cuando subí a mi apartamento, todo estaba silencioso. En aquel momento, entendí con más claridad lo que Alice me había dicho sobre la cuadrilla: «Por lo menos, sabes que nunca estarás solo. Que siempre tendrás a alguien a quien recurrir.» Era lo que se suponía que debía ser una familia, aunque la mía no fuese el mejor ejemplo de ello. Podía achacar el distanciamiento con mis padres a la nueva naturaleza vampírica de mi ser, pero hubiera sido una excusa hipócrita por mi parte. Desde que abandoné la universidad para dedicarme a la estafa, las cosas habían ido mal. Aunque lo había hecho con la mejor intención hacia ellos, para que no gastaran el dinero en algo que sabía que no podía conseguir por puro aburrimiento, ellos no habían opinado igual. El hecho de que no tuviera un trabajo demasiado tradicional tampoco había ayudado. Obviamente, no sabían qué tipo de estafa perpetraba, pero opinaban que algunas de mis compañías no eran las mejores y que mi estilo de vida sibarita era un reflejo de mi vanidad y mi concupiscencia. No habían sido capaces de aceptarme tal y como era, y yo no había colaborado tampoco.
Mientras me cubría con las sábanas, pensé entonces en mi cuadrilla; en la pequeña Ivy, que a pesar de adoptar una apariencia tan intimidante, se me antojaba una chica simpática, un torbellino de sentimientos envuelto en un par de buenos puños; en Jared, que a pesar de habernos puesto en algún aprieto, se parecía un poco a mí, intentando mantener al grupo al margen de sus propios problemas, aunque las circunstancias se lo impidieran; en Joanne, esa diva estirada con unos ovarios de acero que se había escondido ante el frenesí de Ivy, pero había decidido acompañarnos a las ruinas del Natt Spegeln; y por último, en Kathleen. De ella todavía no tenía una opinión formada, pero de momento, era la líder del grupo y, dardos aparte, se había comportado como tal, aunque tenía la sensación de que no le hacía especial ilusión.
Hasta entonces, los había visto como extraños con los que me tocaba pasar el tiempo y compartir problemas. Sin embargo, algo en el fondo de mi corazón, ése que había vuelto a cerrar de golpe después de la bofetada emocional que me había propinado Alice, empezaba a verlos como a mis nuevos hermanos. Puede que no fueran los mejores y puede que tuviéramos nuestros roces, pero había una cosa cierta: tendríamos que compartir la eternidad juntos como cuadrilla. «Por lo menos, sabes que nunca estarás solo. Que siempre tendrás a alguien a quien recurrir.» Por primera vez en mucho tiempo, cerré los ojos pensando que al despertar, aunque no hubiera nadie físicamente a mi lado, no estaría solo…
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